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miércoles, 29 de julio de 2009

SEBASTIÁN DE BELALCAZAR

Nace en Belalcázar (Córdoba) en 1495 y muere en Cartagena de Indias en 1551.
A fines del siglo XV y primera mitad del XVI, la inmensa mayoría de la población del condado de Belalcázar (Gafîk es su denominación andalusí), estaba constituida por personas pertenecientes al estado llano, junto a algunos esclavos que eran propiedad del señor feudal. Esta población la forman casi en su totalidad los indígenas andaluces víctimas de la invasión y las represiones que impusieron los señores feudales castellanos. Apenas eran doce los privilegiados conquistadores, que junto a la familia condal de los Sotomayor, disfrutaban de las riquezas de Belalcázar, además de los 83 hidalgos, cuarenta y cuatro clérigos y setenta religiosos, que disfrutaban igualmente de los bienes de esta comarca de Andalucía.
Emilio Cabrera Muñoz, refiere en su obra “El Condado” de Belalcázar, que en el año 1486 se documenta una confiscación de bienes a más de ochenta mudéjares de esta kûra (ciudad-provincia). Los mudéjares eran andaluces islamizantes obligados a convertirse al trinitarismo cristiano, y que si en algún caso se les encontraba de nuevo practicando alguna actividad o formalidad diferente a las de la cultura occidental, eran acusados de apostasía, denominándoles marranos o renegados. La confiscación de bienes reunió un valor de 330.000 maravedíes que los denominados Reyes Católicos donan a la condesa Teresa Enríquez. Existe también una noticia documentada, que se refiere a trece andaluces de Gafîk que permanecían como esclavos de la familia condal de los Sotomayor.
Son numerosas las referencias onomásticas que dan fe de la continuidad indígena andaluza de la casi totalidad de la población de esta kûra de Gafîk. Apellidos como Morillo y Medina son dos ejemplos documentados de esta continuidad; además de los ochenta mudéjares relacionados en dicha enajenación de bienes, y que habían cambiado sus nombres y apellidos andaluces por otros castellanos; queriendo evitar con ello la represión que sobre los andaluces se venía ejerciendo.
Otros indicios son las numerosísimas inscripciones andalusíes en caracteres arábigos que aún pueden verse en la yesería de la al-Kasabar o castillo de Belalcázar, que son obra de alarifes indígenas andaluces.
Encontramos andaluces judaizantes obligados a convertirse al trinitarismo cristiano en las principales ciudades de esta región de Andalucía. Entre los llamados andaluces <> aparecen personajes muy relevantes en la sociedad civil de la conquista, como es el caso de Luis García, escribano público de Belalcázar, secretario de los condes invasores y a través del cual nos ha llegado una gran parte de la información que poseemos sobre este nuevo condado. Los bienes confiscados, que son inmuebles en todos los casos, alcanzan precios considerables; como las casas que el mudejar Rodrigo Foronda poseía en Herrera, valoradas en treinta y dos mil maravedíes; las de otro andaluz <> Rodrigo de la Peña, en veinte mil, o las del mudejar Luis García en quince mil maravedíes; y así las del resto de <> represaliados y que constan en documentación.
En el proceso de repartimiento, acumulación y concentración de la propiedad de la tierra, tras la conquista de la kûra y su capital Gafîk, se señala en dos fases; la primera, en que los bienes son adquiridos por los prelados y grandes magnates del séquito del rey castellano. Ello supuso que debido a que la explotación de estas tierras les resultaba a estos beneficiarios muy difícil, o que por residir lejos de ellas, no las pudieron atender; terminaron en la mayor parte de los casos vendiéndolas. Como es lógico suponer, los compradores serían, por una parte los adinerados munícipes feudales, que tras la conquista de la ciudad de Córdoba se la apropian con su territorio; por otro lado, los grandes señores que tenían donadíos en territorios próximos a esta kûra y que adquirieron parte de estas tierras.
Con posterioridad a esta primera fase de conquista e invasión de esos territorios, hay una segunda parte en la que se provoca una paulatina adquisición de tierras enajenadas a los campesinos; concentrándose de nuevo la propiedad de éstas en muy pocas manos. La totalidad de los casos que conocemos documentalmente de bienes enajenados en esta fase posterior, se trata de tierras pertenecientes al concejo de Córdoba. En la totalidad de los casos de éstos documentos, también los beneficiarios de la compra-venta son miembros del cabildo municipal, que administran estos territorios conquistados y quienes debido a su autoridad y posición adquieren impunemente estos bienes. Las usurpaciones de tierra por los conquistadores, va a ser una constante en esta comarca del Valle de los Pedroches (Fash al-Bitrawsh):
La proliferación de terratenientes absentistas en el área de esta kûra –Valle de los Pedroches, Valle de Alcudia y La Serena- es una constante a lo largo de los siglos XIV, XV, y XVI, principalmente en los términos de Gafîk e Hinojosa, donde la calidad de la tierra era y es superior a la del resto de la comarca. Todo este tipo de arbitrariedades y usurpaciones, además de las propias de los llamados señores y condes de Belalcázar, agravan la situación de esta población andaluza, que se encontraba absolutamente indefensa ante ellas.
Sebastián de Belalcázar o mejor, Sebastián Moyano que era su verdadero nombre, es uno de esos pobres labriegos andaluces, de esos muchos oscuros personajes que se ven obligados por la miseria a pasar a las Indias en la búsqueda de mejor fortuna. Sabemos por Castellanos que era hijo de padres pertenecientes al estado llano, y que se dedicaban al cultivo del campo en las inmediaciones de la ciudad de Belalcázar. Al parecer toma como apellido el nombre de esta población para ser más conocido.
Castellano nos relata en unos curiosos versos, que es el temor a la reprimenda de su hermano mayor (ya que al parecer había dado muerte a un asno), lo que provoca la huida por el camino de América:

Dejad leña, sogas y albarda
y el vivir en pobreza y angostura
con imaginaciones que le aguarda
en otras tierras próspera ventura
y selle muy mejor ir a la guerra
que cultivar los campos de su tierra.

No es el único ejemplo, ya que éste era el mejor camino a seguir por miedo a represalias y a la pobreza en que estaba sumida la inmensa mayoría de la población indígena andaluza. En 1507 abandona el campo de Gafîk y se embarca hacia las Indias. En este mismo año lo encontramos ya en la isla de Santo Domingo interviniendo en su pacificación, probablemente a las órdenes de Juan de Esquivel.
Seguramente parte a las tierras del Darién con la armada de Diego de Nicuelsa, asistiendo a la fundación de la ciudad de Nombre de Dios. Allí permanece hasta el año 1511, fecha en que Don Diego Colón nombra como lugarteniente en aquellas tierras a Vasco Núñez de Balboa. Al parecer debieron ser años de grandes penalidades para este andaluz que junto con muchos otros, escaparon a la represión tras el descubrimiento de este nuevo mundo.
Por entonces, Panamá se convierte en el foco más importante del continente americano, y es muy probable que Sebastián de Belalcázar militase a las órdenes de Balboa en su conocida expedición al mar del Sur, iniciándose de esta manera una relación de amistad con los Pizarros y los Almagros. No obstante, su vida siguió siendo por esta época la de un simple soldado y por tanto, oscura y envuelta en las aventuras propias de esta nueva invasión del Estado español.
Bibiano Torres Ramírez, nos cuenta en su obra Los Conquistadores andaluces, que en este periodo las únicas notas de certeza sobre su biografía son de que formó parte en la expedición al Poniente junto a otro de nuestros personajes: Francisco Hernández de Córdoba, que asistió a la fundación de León, y que fue escogido por su jefe para dar cuentas a Pedrarias de los nuevos hallazgos. De esa ciudad leonesa se le ha venido considerando por sus biógrafos como primer alcalde. No debe ser cierto, cuando él mismo años más tarde, como testigo de una información hecha en León y para hacer resaltar cómo conoce la tierra, dice: <>. No haciendo mención alguna de la alcaldía.
A Nicaragua parece que vuelve con Pedrarias y asiste a la ejecución de Hernández de Córdoba. Todavía lleva a cabo otra expedición más en nombre del gobernador de Panamá por el año 1527. En Honduras es apresado junto con sus compañeros, que pasan a prisión por orden de López de Salcedo y son enviados posteriormente a la Audiencia de Santo Domingo; de donde regresa en libertad a León gracias al oidor Gaspar de Espinosa.
La conquista del Perú se encontraba en su primera fase, y son las noticias que llegan a cerca de las enormes riquezas de estas nuevas tierras las que atraen de nuevo a Sebastián de Belalcázar junto a otros aventureros. El mismo Belalcázar nos refiere cómo durante su estancia en León, Hernando de Soto y Ponce de León le incita a que vaya hacia el sur. Pizarro, su antiguo amigo, también le convoca por la necesidad de refuerzos que tiene. Sus campañas en Nicaragua debieron proporcionar a Sebastián de Belalcázar algunos bienes, y propiedades, que tras venderlas las aporta a la empresa incaica, acudiendo con dos navíos totalmente abastecidos con caballos y una importante tripulación.
Es en Puerto Viejo donde se incorpora a la hueste de Pizarro, marchando hacia el sur. En Cajamarca, la intervención de Sebastián de Belalcázar es ya muy destacada. El marqués le encomienda el mando de uno de los tres escuadrones en que se organizó la caballería, y los otros fueron mandados por Hernando Pizarro y Hernando de Soto. A la hora del famoso rescate, obtuvo la recompensa de cuatrocientos siete marcos, dos castellanos de plata y nueve mil novecientos nueve pesos de oro.
Cuando Pizarro marcha al Cuzco, le envía a la ciudad de San Miguel de Piura, de reciente fundación y para su sostenimiento. Es a partir de aquí cuando su figura comienza a tener una resonancia independiente. Las noticias que a esta ciudad llegaban del reino de Quito le impresionan cada día más, y en su afán de aventuras y sin contar con el permiso adecuado, abandona con tropas de refuerzo recibidas de Panamá y Nicaragua, la ciudad que le había sido encomendada iniciando la campaña de Quito, de cuya ciudad sería fundador.
Con un número alrededor de doscientos hombres se lanza a principios de 1534 a la ascendencia de la cordillera de los Andes hasta alcanzar el altiplano de Riobamba. No debió ser fácil el paso, ya que los indígenas dirigidos por el jefe militar de Atahualpa, organizaron el ejército del norte saliéndole al encuentro. Parece ser que debido al moderno armamento, a la vacilación de los indígenas y a la pericia de estos invasores en otras expediciones de la conquista americana, logran crear el estupor entre aquellos valientes guerreros, provocando una grave derrota; apoderándose de las poblaciones de Riobamba y Quito, donde tras una fuerte carnicería encuentran en vez de ciudades un montón de ruinas y cenizas, y no el oro que buscaban.
Otro aventurero de la conquista del Estado español sobre las Indias llegaba a las costas del Perú atraído por las noticias sobre la riqueza en metales de estos territorios. Pedro Alvarado diría que los vientos contraídos le habían apartado hacia el sur y hecho llegar a Puerto Viejo, pero lo que no dice, como bien refleja Torres Ramírez, que parecer ser también que fueron estos mismos vientos los que le empujan cordillera arriba hacia el interior del territorio de Quito. Las mismas noticias le llegan a Pizarro, que ambiciona igualmente el territorio. De la misma forma Almagro se siente atraído por la empresa y marcha hacia Quito. Los aventureros y mercenarios conquistadores se agrupan en dos bandos que van a enfrentarse entre sí, llegando a una guerra abierta en las llanuras de Riobamba. Tras este enfrentamiento se acuerda una entrevista entre los tres jefes de las tropas y se llega a un acuerdo amistoso, por el que Alvarado regresará a Guatemala con los soldados mercenarios que no quieren quedarse, recibiendo a cambio de sus bastimentos y embarcaciones una indemnización de cien mil pesos de oro.
Con la fundación de la ciudad de Santiago de Quito, Sebastián de Balalzázar abandona este territorio sin no pocos enfrentamientos con los restos del ejército de Atahualpa. Se dirige a San Francisco de Quito iniciando la construcción de la nueva ciudad y la distribución de sus solares, de las tierras y de la formación del nuevo cabildo.
Tras obtener nuevas noticias acerca de territorios prósperos en Cauca, inicia una nueva aventura militar con trescientos hombres, que fue presa de grandes dificultades por la dureza del terreno y la falta de bastimentos, ya que, al contrario de otras expediciones, estuvo falta de indios sometidos a esclavitud y utilizados como porteadores.
Tras encontrar un lugar adecuado que les sirviera de base entre la costa y el interior, funda el 25 de Julio de 1536 la ciudad de Santiago de Cali –entendemos que la preferencia por este nombre junto al de San Francisco, la motiva los nombres de Santiago que toma la parroquia de Gafîk (Belalcázar), y los conventos franciscanos ubicados en estas tierras-. Desde aquí, Sebastián de Belalcázar ordena una expedición hacia la costa, al mando de un capitán que el nombra llamado Juan Ladrillero.
Probablemente otro mudéjar andaluz que corre la misma suerte que nuestro personaje. Marcha a Lima al encuentro de Pizarro, encontrándose con la sorpresa de que este, disgustado por su marcha a Quito, le desposee de la tenencia nombrando en su lugar al capitán Pedro Puelles. No sólo quedó destituido del título y del mando, también fue desposeído de las tierras y encomiendas que le habían servido de base económica para sus empresas. No obstante, nos consta que a través de la influencia en muchos de estos personajes, logra que Pizarro le devuelva todos sus cargos y bienes, y a mediados de 1537 lo encontramos presidiendo de nuevo el cabildo de la ciudad de Quito.
Otro de los acontecimientos a reseñar en la biografía de este conquistador, es su llegada al puerto de Sevilla y su estancia en la corte de los reyes del nuevo Estado moderno. Parece que se dirigió a ésta con la bolsa bien llena, sabiendo hacer un buen uso de estas riquezas. Este oro debió darle un buen resultado, ya que de la corte salió convertido en gobernador y capitán general de la nueva provincia de Popayán. Junto a este nombramiento se le da facultad para nombrar sus tenientes, señalándose de salario dos mil ducados anuales. También se le autorizó a la tenencia de dos fortalezas que debía construir en lugares estratégicos de la nueva provincia conquistada.
Pero aún consiguió más. Logró la facultad para fundar un puerto en el lugar que él quisiera, bien en las tierras de Pizarro, bien en las de Andagoya. Igualmente consiguió que se le enviase a estos dos gobernadores una misiva que les informara sobre esta nueva situación para que no penetraran en su gobernación.

<>.

No debió ser estéril el tiempo que permaneció en la corte ni el oro que repartiera, ya que a los muchos honores y mercedes que logró, hemos de añadir las cartas de legitimación para sus hijos bastardos Francisco, Sebastián y Catalina, que probablemente los tuvo con indígenas de aquellos pueblos americanos. Esto era propio entre los conquistadores que acudieron en nombre del rey del Estado español, a la conquista de los nuevos territorios descubiertos. No siente la atracción de crear una familia y sus relaciones amorosas se muestran como su propia vida, son una auténtica aventura.
Viéndole dueño de un vasto imperio, siente la necesidad de perpetuar su nombre y transmitir herencia, y solicita que le sean reconocidos dichos hijos, <>, probablemente. Era la misma regla de tres, tras las conquistas de Andalucía y casi con las mismas normas de juego se inicia la conquista de los territorios americanos.
Tras su nuevo regreso a América y después de no pocos sucesos, muere en Cartagena en el año 1551, y su antiguo amigo Heredia, nuevo gobernador de la ciudad, presencia el entierro. Era el fin de otro andaluz que se pierde en la escena americana, abocado a todo tipo de aventura por la represión y penuria en que viven los mudéjares y moriscos de Al-Andalus conquistada.

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