Juan de Castellano autor de "Elegías de varones ilustres de Indias"
Elegía
A la muerte de don
Sebastián De Benalcázar, adelantado de la gobernacion de popayán, donde se cuenta el descubrimiento de aquellas provincias, y memorables cosas en ellas acontecidas.
A la muerte de don
Sebastián De Benalcázar, adelantado de la gobernacion de popayán, donde se cuenta el descubrimiento de aquellas provincias, y memorables cosas en ellas acontecidas.
Canto Primero:
...
Dejemos de presente la marina
Y la gobernación de Cartagena,
Pues la de Popayán, con quien conñna,
Según atrás tocó gracil avena,
Quiero tomar agora por vecina
Para dar della relación más llena,
Contando sus auríferos veneros
Y los célebres hechos de guerreros.
Dadme la mano vos, escelsa Musa,
Templo vivo de Dios enriquecido,
Porque la mía no quede confusa
Pintando lo que tengo prometido;
Y la luz de verdad que está reclusa
Rompa la nube ciega del olvido,
A la posteridad haciendo claras
Hazañas tan heroicas y tan raras.
A la parte del sur de Cartagena,
Cauca, gran río, tiene nacimiento,
El cual y el grande de la Magdalena
Nacen del rumbo deste mismo viento
Distantes hasta cerca del arena
Del mar del Norte, donde con aumento
Juntas sus aguas, y ambos hechos uno
Ensoberbecen ondas de Neptuno.
Estos dos dichos ríos inundantes
Los campos y montañas adyacentes,
Menos de cuatro mil pasos distantes
Tienen sus nacimientos y sus fuentes
En sierras de Hibague, do declinantes
Al mar del Norte tienen las vertientes,
Y con otros menores crecen tanto,
Que su grandeza causa gran espanto.
Aunque parejas cumbres los despiden
Corren por diferentes señoríos,
Pues antes que se junten los dividen
Sierras que llaman dentre los dos ríos,
Que cuasi paralelamente miden
Sus cursos, sus distancias y desvíos;
Mas por do Cauca guía sus corrientes
Hay vegas grandes, valles escelentes.
Y en aquellas llanadas por do viene
Fundó gobernación cristiana gente,
La cual de Popayán renombre tiene
Y con él permanece de presente;
Son pues los aledaños que contiene
Acia la mar del Sur, que es al poniente,
Escelsas sierras en supremo grado,
Que por aquella parte hacen lado.
A la parte de oriente desta tierra,
Donde muchas ciudades hay fundadas,
Le demora también aquella sierra
Por quien son las dos aguas separadas;
Esta gobernación allí se encierra,
Y tienen españoles sus moradas
(Que dilatando van su señorío)
A una y otra banda de aquel río.
Tienen ya grandes hatos de ganados,
Y en ríos abundante pesquería;
Viven los moradores regalados
Con varios fructos que la tierra cría,
Y de los estranjeros trasplantados
También produce los que no solía;
Hay grandes montes, bosques y breñales,
Y de oro soberbios minerales.
A don Pedro de Heredia se debía
La gloria del primer descubrimiento;
Mas por hallar mas apacible vía
Benalcázar gozó del vencimiento
Por Pizarro, marqués, de quien tenia
Poder, autoridad y mandamiento;
Y al Benalcázar tal nombre le viene
De ser del pueblo que este mismo tiene.
Tuvo padres de llanas condiciones,
Y su linaje fué desta manera,
Porque todos vivían de los dones
Que les daba campestre sementera;
De un parto parió dos, ambos varones,
Su madre, fuera de la vez primera,
Y al nacer Sebastián, el uno dellos,
Primero sacó piernas que cabellos.
Y cuando destos géminos podía
Cada cual en astil poner la mano,
A los padres llegó su fatal día,
Encomendándolos al más anciano;
Y algunas veces Sebastián solía,
Por mandamiento del mayor hermano,
O por su voluntad, ir a la breña
Con un jumento do traía leña.
Trayéndolo cargado por sendero
En que pluviosa tempestad embarga,
En un atolladar y atascadero
Cayó la flaca bestia con la carga;
Quitó la soga, lazos y el apero,
Anímalo con gritos porque salga,
De la cola con gran sudor ayuda,
Mas el jumento flaco no se muda.
Entonces él con juvenil regaño
En las manos tomó duro garrote,
Diciéndole: "Sabed que si me ensaño
Vos os habéis de erguir y andar a trote."
Al fin, sin voluntad de tanto daño,
Con uno le acertó tras el cocote,
Y fué de tal vigor aquel acierto
Quel asno miserable quedó muerto.
El mal recado visto, no se tarda
En huir, conocida su locura,
Dejando leña, sogas y el albarda,
Y el vivir en pobreza y angostura,
Con imaginaciones que le aguarda
En otra tierra próspera ventura,
Y selle muy mejor ir a la guerra
Que cultivar los campos en su tierra.
Peregrinando pues de villa en villa
Con falta de las cosas necesarias,
Quiso ver las grandezas de Sevilla,
Adonde concurrían gentes varias;
Allí llegó y oyó por maravilla
Alabar la jornada de Pedrarias
Del Darien, por que hacia gente
Como gobernador de aquella frente.
Pareciéndole bien esta conquista,
Presentóse delante del caudillo,
Diciendo que lo pongan en la lista,
Porque con los demás quiere seguillo;
Pedrarias se holgaba con la vista
Y bucn donaire del villanchoncillo,
Y no teniendo de cognomen uso,
El de su propio pueblo se le puso.
Llegan al Darien con la compaña,
Que pasaba de doce veces ciento,
Con los vecinos dél, hombres de España,
Primeros pobladores del asiento;
Y el Sebastián se daba buena maña
Cuando buscaban indios y alimento,
Llegándose, con otros que no narro,
A los ranchos de Almagro y de Pizarro.
Porque estos eran en aquellas lides,
Desde que descubrieron aquel río,
Antiguos y admirables adalides
Y amigos de soldados de buen brío;
Pedrarias, por se ver en los ardides,
Luego del Darien hizo desvío,
Y acia Panamá guió la proa
Al mar del Sur, que descubrió Balboa.
Al cual Balboa, si mas tiempo dura
Espíritu vital en mis entrañas,
Deseo colocar en escriptura
Y sus heroicos hechos y hazañas,
Su fatal y temprana sepultura,
Do lo pusieron invidiosas sañas
Del que tenía cargo del gobierno,
Con habello tomado ya por yerno.
Llegó Pedrarias pues donde quería,
Mas él y todos los demás mohinos
Por no poder tomar alguna guía
Para que descubriese los camínos,
A causa de que desta serranía
Andaban alterados los vecinos,
Y acrecentaba mas el descontento
El no poder hallar mantenimiento.
Como cada cual dellos se desvela
En remediar la falta que les daña,
El Sebastián haciendo centinela,
Humo vido salir de una montaña,
Y aunque lejos, bien vió ser de candela,
Y no vapor, que mil veces engaña;
Algunos compañeros llamó luego
Que se certificaron ser de fuego.
AI rancho del gobernador se vino
Diciéndole ser fuego ciertamente,
Y él mismo confiado de su tino
Prometió dar en él dándole gente;
Animólo Pedrarias al camino
Con algunos, que fueron hasta veinte,
Mandóles que cada cual hiciese
Lo quel imberbe mozo les dijese.
Con aqueste favor más alentado,
Recogidos los veinte compañeros,
Entróse por aquel bosque ccrrado,
Ajeno de caminos y senderos,
Con tan puntual tino y acertado,
Que dió sobre los bárbaros guerreros:
Ovieron del rancheo tres mil pesos,
Y de todas edades muchos presos.
Para Pedrarias señaló la parte
Que le venía de lo rancheado,
El restante por todos se reparte,
Y a nadie quiso ser aventajado:
Finalmente, lo hizo de tal arte
Que quedó desta bien acreditado,
Y ansí holgaban todos de seguillo
Las veces que le cupo ser caudillo.
Como más en edad iuese creciendo
Y en bienes por su lanza granjeados,
Iba también ganando y adquiriendo
Mucha reputación entre soldados,
Y en estos intermedios descubriendo
En honras pensamientos levantados;
Y ansí granjeó nombre brevemente
De diestro capitán y de valiente.
Fué liberal, modesto y apacible,
Amigo de virtud y de nobleza,
En los recuentros de rigor terrible,
Jamás en él se conoció flaqueza,
A pié brioso todo lo posible,
A caballo grandísima destreza:
Hombre mediano, pero bien compuesto,
Y algunas veces de severo gesto.
Al fin en Panamá hacen asiento
El Pedrarias y sus conquistadores,
Donde por las personas de momento
Repartió los caciques y señores:
Al Benalcázar dió repartimiento
Igual a los más ricos y mejores,
Porque en aquellos tractos y ejercicios
De guerra fueron grandes sus servicios.
En estos días le nació el mestizo
Al buen Almagro, que se llamó Diego,
El cual después en tiempo banderizo
En el Pirú causó desasosiego;
Al cristianallo gran fiesta se hizo,
Y en el baptismo fueron por su ruego
Pizarro y Benalcázar los padrinos,
Por ser allí los más ricos vecinos.
Subyecta pues la gente convecina
Y la ciudad de Panamá fundada,
Pedrarias de Avila se determina
Hacer de Nicaragua la jornada,
Porque sus capitanes la marina
Por el rey y por él tienen poblada;
Y ansí con voluntad llana y amiga
A Benalcázar ruega que le siga.
Prometiendo debajo juramento
En provechos y honras preferillo;
El cual luego prestó consentimiento
Dándole la palabra de seguillo,
Al Pizarro pesó del mudamiento,
Y Almagro y él procuran impedillo:
Responde, como quien virtud profesa,
No poder ya faltar de su promesa.
Cada cual de por sí le representa
Tenelle sin revés afición pura,
Y que esta, puesto caso que se absenta,
En todo tiempo la terná segura,
Rogándole también que les dé cuenta
De daños o regalos de ventura,
Pues ellos en quietud o con quebranto
De su parte harían otro tanto.
Con esto se despide sollozando
De los que lo tenían por amigo
Y con próspero viento navegando,
Llegan y desembarcan donde digo,
La ciudad de León se fundó cuando
A Nicaragua lo llevó consigo
Pedrarias, y allí fue primer alcalde;
Y es cierto no comer el pan de balde.
Pues en pacificar estos estados,
Con mañas y valor de varón fuerte,
Al rey hizo servicios señalados,
Y así le cupo razonable suerte.
Pizarro con los otros aliados
Acia la costa del Pirú convierte
La lanza con ventura más propicia,
Trayendo con caudal rica noticia.
Entendida grandeza tan estraña
Por indios que deponían de vista,
Embarcóse Pizarro para España,
Donde de sus servicios hizo lista;
Volvió gobernador con gran compaña
Para prosecución de la conquista,
Y al Benalcázar envió mensaje
Para se valer dél en el viaje.
Diciéndole que mas no se detenga
En tierra corta do viviendo muere,
Pues que ventura se la da más luenga
Con la prosperidad que se requiere;
Y quél no partirá hasta que venga
Con los soldados que traer pudiere,
A los cuales hará que huellen suelo
En el cual mudarían el mal pelo.
Vista por Benalcázar tal oferta
Y que de mas atrás lijera fama
Vendía la noticia por muy cierta,
Determinó de ir a quien lo llama:
Compró navío grande de cubierta,
Y con aquel ardor otros inflama,
Llevando, no sin costa de dineros,
Seis caballos y treinta compañeros.
Recibiólo Pízarro con buen pecho,
Y su venida fué regocijada;
Dióle más larga cuenta de lo hecho,
Y efectuóse luego la jornada,
La cual por la grandeza del provecho
Fué por el universo divulgada,
Y en hacer aquel grande reino llano
El Benalcázar tuvo mucha mano.
Pasaron varias cosas, que yo callo
Por ir do me movió mi fantasía,
Y es quel marqués Pizarro, por honrallo,
Las guerras de substancia le confía:
A Piúra con gente de caballo
Fué, para socorrer la compañía
De españoles que estaban en aprieto,
Y a hacer aquel término subyeto.
Domó la furia de los adversarios
Y aquella multitud sanguinolenta,
Haciéndoles de libres tributarios
Con yugo de pagar perpetua renta;
Y en otras guerras y recuentros varios
Honra ganó, sin padecer afrenta,
Antes a mas rigor mayor audacia,
Sin sucedelle trance de desgracia.
Holgábase Pizarro grandemente
De ver cómo se daba buen recado,
Y conociendo dél ser suficiente
Para le cometer cualquier cuidado,
En San Miguel lo hizo su teniente,
Que es en Tangarará pueblo fundado
Allí primero por gente de España,
Donde también se daba buena maña.
Allanó muchas veces lo más agro
De guerras que otros ponen en escrito;
Después desto, Pizarro y el Almagro
Le mandan ir a conquistar a Quito,
Cuyas riquezas vende por milagro
La veloz fama con soberbio grito,
Y también por domar la tiranía
De Hruminavi, questo pretendía.
Porque viendo debajo fatal tumba
A Guaxcar y Atabaliba señores,
Adonde mortal odio los derrumba,
Este se rebeló y otros traidores
Como Zopozapagua, Quingalumba,
Raurau, contra sus emperadores,
Y Quiquiz que, con otros presupuestos,
Venía para se juntar con estos.
Yendo pues Benalcázar aviado
Según que pide militar escuela,
Procurando de ser bien informado
Del reino donde van y su tutela,
Cierto cacique, Chaparra llamado,
Le mandó dibujar en blanda tela
Con entradas, salidas y defensa
Y de guerreros cuantidad inmensa.
Benalcázar holgó de ver la planta,
Y de que se le dé tan buena nueva,
Porque de la grandeza no se espanta,
Antes desea ya venir a prueba,
Aunque para romper multitud tanta
Solo ciento y setenta y cinco Ileva:
Son los sesenta y cuatro caballeros
Y diez o doce buenos ballesteros.
Todos los más restantes son peones
Que llevan sus escudos embrazados.
Encontraron de bárbaras naciones
Cincuenta y cinco mil hombres armados,
Que muchos dellos eran orejones
En uso militar ejercitados,
Puestos en orden en llanadas bajas
De los campos que llaman Teocajas.
Al bravo Hruminavi va subyeto
Aquel gentil ejército pagano,
Que con sagacidades de discreto
Los congregó debajo de su mano,
Poniendo sus contrarios en aprieto
Con crueles estremos de tirano;
Porque este se escapó de Caxamarca
Al tiempo que perdieron su monarca.
Y viéndolo prender, en el conflicto,
Cuando española mano dél afierra,
Fué recogiendo por el circuito
Sobre catorce mil hombres de guerra,
Con los cuales entró dentro de Quito
Levantándose con aquella tierra,
Con muertes de los que del mal intento
Pudieran ser algún impedimento.
Y agora Hruminavi, como piensa
Que Benalcázar trae su demanda,
Apercibióse para la defensa
Con tanta multitud de los que manda,
Que parecía cuantidad inmensa
Los que los ciñen de una y otra banda,
A los cuales atentos y armas prestas
Dijo tales palabras como estas:
“'Ya veis el miserable captiverio
Con que los hados van amenazando,
Y cómo de los Ingas el imperio
Estrañas gentes vienen ocupando,
Con muertes, deshonor y vituperio
De los que sobre nos tenian mando:
El gran emperador Guaxcar sin vida,
La de Atabalibá también perdida.
“Otros poseen ya su plata y oro
Y buscan lo que mas hay abscondido;
El caudaloso fausto y el tesoro
De Cuzco y Caxamalca veis perdido;
La majuestad, respecto y el decoro
De nuestros orejones abatido,
Haciéndoles que acudan con tributos
De plata y oro, joyas y otros frutos.
“Y también vienen en demanda nuestra
A fin de que hagamos otro tanto,
Si no convierte vuestra fuerte diestra
Su crecido placer en duro llanto,
Y aquel dominio de la gloria vuestra
No les pone temor, terror y espanto,
Encomendando bien a las memorias
Vuestros heroicos hechos y victorias.
“Pues si con estas asestais la vira
Adonde pretendéis hacer empleo,
En cualquier parte que pongais la mira
Acertaréis al blanco del deseo,
Y abatiréis aquella mortal ira
A quien anima su primer trofeo,
Ganado sin rigores de pelea
Ni movimiento que defensa sea.
“Y es fácil de domar esta demencia,
Por ser pocos y en fuerzas no mejores;
Pues que nos consta ya por esperiencia
Que padecen flaquezas y temores;
Veis demás desto cuánta diferencia
Hay de ser siervos a quedar señores,
De perder o cobrar vuestros estados,
O de siempre mandar o ser mandados.
“No cause lo de Caxamalca miedo,
Por nos vencer allí pocos cristianos;
Pues cada cual de nos estuvo quedo
Sin querernos valer de nuestras manos,
Porque juzgábamos por el denuedo
Y el aspecto no ser hombres humanos;
Mas ya nos consta por sus condiciones
Que son hombres mortales y ladrones.
“Y aquellos pocos de redondas uñas,
Do suben y les sirven de castillos,
Podeislos enlazar por las pesuñas,
Como cuando cazáis con los aillos
O los civis con que tomais vicuñas,
Usando tal ardid en vez de grillos;
Y a tierra veréis ir en ese punto
Caballo y caballero todo junto.
“Ansí que, pues en esto no va menos
Que las honras, haciendas y las vidas,
Y tenemos aquestos campos llenos
De gentes diestras bien apercebidas,
Haced aquello que debéis a buenos
En refrenar las sueltas y atrevidas,
Porque si no, veréis en sus poderes
Vuestras queridas hijas y mujeres.”
Dijo, y aquellos fieros capitanes,
O principales de los orejones,
Con palabras y bravos ademanes
Correspondieron con sus intenciones,
No recelando muertes ni desmanes
Que nacen de las tales ocasiones...
Y en este tiempo Benalcázar llega
Con todos los demás a la gran vega.
Descúbrense millares de millares,
Con las armas que tienen de costumbre
Dignas de ver las joyas singulares,
La rica y adornada muchedumbre,
Tanto, que reverberan los solares
Rayos con el refracto de su lumbre;
Inumerables hondas, dardos, lanzas
Y armas de defensión a sus usanzas.
Escopíes bastados de algodones,
Con gran primor colchados y tupidos;
De palo bien tallados morriones
Con hoja gruesa de oro guarnecidos;
Plumajes, diademas, invenciones
Varias en las maneras de vestidos,
Porque según las tierras y raleas
Usaban de los trajes y libreas.
Viendo que Benalcázar descubría
Por ancho campo de compás jocundo,
Suena clamor y grita que rompía
Los aires con ruido furibundo,
Y tal hervor y horror, que parecía
Deshacerse la fábrica del mundo,
Engrandeciendo siempre los clamores
Con bocinas y grandes atambores.
A la bandera nuestra y estandarte
Animó quien sobrellos tiene mano,
Diciendo: “No temais contrario marte,
Pues vale menos cuanto mas lozano,
Y al fin ha de llevar la peor parte
Queriéndonosla dar en campo llano,
Adonde los caballos corredores
Y los que van encima son señores.
“Dejadlos vengan: no habais amago
Hasta que los tengamos mas cercanos;
Y cuando yo dijere ¡Santiago!
Cada cual se aproveche de sus manos,
Verán a pocas vueltas el estrago
Que hacen los poquitos castellanos;
Pues ellos como ven que somos pocos
Se hacen mas soberbios y mas locos.
“A cualquiera gandul que con mas gala
Vierdes, y mas compuesto de librea,
Y en acometimiento se señala
Incitando los otros a pelea,
Habéis de trabajar dalle de mala
Con el violento fin que se desea,
Pues todos acobardan viendo estos
De la querida vida descompuestos.”
Al tiempo pues que el padre Faetonte
Demediaba su rápida carrera,
Cuando la sombra del frondoso monte
Cerca las plantas sin salir afuera
En aquel hemisferio y horizonte,
Equinoccio perpetuo del esfera,
Los confiados indios acometen,
Y nuestros caballeros arremeten.
Rompiendo por la bárbara pujanza,
Siguiendo las pisadas del caudillo:
Roja se pára la pungente lanza,
El suelo rubicundo y amarillo;
El rigor, el furor, la destemplanza
Ensangrientan los filos del cuchillo,
Tanto, que del barbárico gentío
La sangre derramada forma río.
Mas los indios no son flojos ni tardos
En respondelles con ardiente priesa;
Pues sin intermisiones ni reguardos
De la confusa grita que no cesa,
De violentas piedras y de dardos
Nube descarga multitud espesa,
Quel cielo de los ojos arrebata,
Y con su violencia los maltrata.
Bien como de langostas las nubadas
Que suelen impedir la vista clara,
Ansí son las espesas ruciadas
Del dardo, de la piedra, de la vara,
Atormentando cascos y celadas,
Escudos y rodelas, donde para,
Cuyos pesados golpes también labran,
Matan caballos, y hombres descalabran.
No se mostraban flojas ni tardías
Del fuerte Benalcázar las lanzadas,
Y las del capitán dicho Rui Díaz
De Rojas no son menos señaladas,
Cuyos hechos, proezas, valentías
A milagro podrán ser comparadas;
Y todos en aquellos trances duros
Parecían ser mas que hombres puros.
Porque de los contrarios combatientes
Cincuenta y cinco mil es el estima,
De los más ahechados y valientes
Que moran desde Quito hasta Lima,
Demas de los tener allí presentes
Hruminavi feroz que los anima,
Sin que se pierda punto do se halla
En la prosecucion desta batalla.
La cual por ambas partes se regia
Con tal obstinación y rabia pura,
Que pelearon desde medio día
Hasta llegar la ceguedad obscura;
Donde los de la bárbara porfía
Juzgaron la huida por segura,
Dejando de los suyos setecientos
Desamparados de vivos alientos.
Huyeron a los cerros mas subidos,
Y por las asperezas de los puertos
Quedaron tres peones mal heridos
Y tres caballos ansimismo muertos:
Velaron por sus cuartos repartidos
Hasta que nueva luz los hizo ciertos
Cuanta fué la mortífera ruina,
Mas no lo quel contrario determina.
Y por ser aquel campo conviniente,
Si por ventura vuelven a buscallos,
Para se defender cómodamente
Queriendo Hruminavi contrastallos,
Descansaron allí día siguiente
Regalando con grano los caballos
Y curándoles algunas heridas,
Porque de su vivir penden sus vidas.
El Benalcázar luego hizo junta
De los hombres en guerra mas maduros,
Y en la congregación se les pregunta
Qué caminos serán los mas seguros,
Porque de Hruminavi se barrunta
Acometelles en los pasos duros,
Donde podría con algún engaño
Al caminar hacelles mucho daño.
Porque de sus astucias se creía
Tener hechos reparos a sus trechos,
Y mayormente por aquella vía
Que llevan, cuantidad de hoyos hechos,
Para lo cual remedio les sería
Evitarse los pasos mas estrechos,
Y a Riobamba ir por otra mano
Sería lo mejor y lo mas sano.
Un soldado llamado Juan Camacho,
De San Miguel de Piura vecino,
Dijo: “Para llevar mejor despacho
En la prosecución deste camino,
Guía podría ser un mi muchacho
Que podemos fiarnos de su tino,
Porque sabe muy bien toda la tierra
Ansí del llano como de la sierra.”
Cuadróles mucho lo que representa
Acerca de tomar otra derrota,
Porque el indio les dió razón y cuenta
Acerca de le ser la tierra nota:
Acuerdan pues salir sin que los sienta
Aquel que las provincias alborota,
Apriesa caminando con la guía
Sin esperar la claridad del día.
Cuando los horizontes se entristecen,
La luz debajo dellos abscondida,
En su real mil fuegos resplandecen
Con muestra de guisarse la comida;
Mas fueron todos estos que parecen
Por disimulación de la partida,
Pues dejándolos vivos y atizados
Caminaron por donde son guiados.
Sin vellos la rabiosa muchedumbre,
La noche caminaron sin recuestas,
Y cuando pareció la nueva lumbre
Atrás dejaban ya pasos y cuestas,
Donde podían dalles pesadumbre
Las galgas ponderosas y molestas:
Vieron los nuestros pues en este punto
A la ciudad de Riobamba junto.
Los indios agraviados y vencidos
Que volvían a nueva competencia,
Como reconocieron ser partidos,
Creyendo de temor hacer absencia,
Siguen el rastro de furor movidos
Con toda la posible diligencia:
A los de retaguardia dan alcance,
Donde se vieron en dudoso trance.
Piden a Benalcázar mas varones
Para mejor librarse de la plaga,
El cual les respondió: “Buenas razones:
Van treinta caballeros en rezaga
Con treinta validísimos peones,
¿Y pedís que de gente se rehaga?
Si la que va juzgais no ser bastante,
Mirad la que tenemos por delante.
“Acá y allá conviene buen concierto
Y que nadie camine descuidado,
Antes todos con ánimo despierto
Y no con corazon acobardado,
Pues yo no veo palmo descubierto
Que no tengan estotros ocupado:
Aprestad manos, porque no podemos
Hacer hoyo donde nos enterremos.”
Esto responde, pero todavía
Envió cierto capitán Mosquera
Con cuatro de caballo, que sabía
Darse principal maña donde quiera;
Cuando llegaron vieron que venía
Toda la retraguardia muy entera,
Sin que los indios punto los dicorden
De lo que deben a militar orden.
Yendo cansados con algun desmayo
De ver inumerables naturales,
Un bárbaro daquellos, dicho Mayo,
Falto de los pendientes genitales,
De paz se les llegó, siéndoles ayo
Para les descubrir ocultos males,
Manifestándoles partes no vacas
De hoyos y acutísimas estacas.
El Hacedor omnipotente quiso
Por boca deste bárbaro prudente
A nuestros españoles dar aviso
A punto y a sazón tan conviniente,
Pues daban en los hoyos de improviso,
Adonde pereciera mucha gente,
Y la parte mayor de los rocines
Allí tuvieran desastrados fines.
Este por Hruminavi fué privado
De los lascivos gustos y placeres,
Y con otros eunucos diputado
Para le ser custodia de mujeres;
Y siempre, como cuerpo lastimado,
Tuvo vindicativos pareceres,
Y esperando hallar vez oportuna,
Tomó la que le trajo la fortuna.
Y ansí le descubrió los hoyos hechos,
Y todo lo que Hruminavi piensa
En los puertos y pasos mas estrechos
Hacer para fortísima defensa;
Bajan los españoles satisfechos
De subyectar la cuantidad inmensa
Que cerca de Riobamba los espera
Con varias armas y aparencia fiera.
Pero como bajaron a lo llano,
Por ir toda la gente fatigada,
El atrevido campo castellano
Allí determinó hacer parada,
Las sillas puestas, armas en la mano,
Con vela que por cada camarada
Se repartió con orden curioso
Hasta pasar el tiempo tenebroso.
Y cuando va venían descubriendo
Los febeos caballos por oriente,
De sus doradas bocas esparciendo
Anhélito de luz resplandeciente,
Benalcázar andaba previniendo
A Ruy Díaz de Rojas, su teniente,
Que fuese por el llano circunstante
Con treinta caballeros adelante.
Con esta gente bien apercebida,
A la ciudad de Riobamba llega;
Pusiéronse los indios en huida,
Sin que fuese durable la refriega;
Y por hallar gran copia de comida
El resto de la gente se congrega,
Y allí holgaron estas compañías
Por espacio de diez y siete días.
Hallaron algún oro los soldados,
Que fue poco según el apetito,
Porque como golosos y picados
A caudal aspiraban infinito,
Estando pues caballos reformados,
Determinaron de llegar a Quito,
Y hubo por el camino pocos ratos
Que no tuviesen gritos y rebatos.
Usando con solícito cuidado
Hruminavi de ardides diferentes,
Y por un orden muy disimulado
Mil hoyos en los pasos mas urgentes;
Pero por aquel bárbaro capado
Quedaban descubiertos y patentes,
Y ansí sin sucedelles caso feo
Llegaron do los lleva su deseo.
La cual por ambas partes se regia
Con tal obstinación y rabia pura,
Que pelearon desde medio día
Hasta llegar la ceguedad obscura;
Donde los de la bárbara porfía
Juzgaron la huida por segura,
Dejando de los suyos setecientos
Desamparados de vivos alientos.
Huyeron a los cerros mas subidos,
Y por las asperezas de los puertos
Quedaron tres peones mal heridos
Y tres caballos ansimismo muertos:
Velaron por sus cuartos repartidos
Hasta que nueva luz los hizo ciertos
Cuanta fué la mortífera ruina,
Mas no lo quel contrario determina.
Y por ser aquel campo conviniente,
Si por ventura vuelven a buscallos,
Para se defender cómodamente
Queriendo Hruminavi contrastallos,
Descansaron allí día siguiente
Regalando con grano los caballos
Y curándoles algunas heridas,
Porque de su vivir penden sus vidas.
El Benalcázar luego hizo junta
De los hombres en guerra mas maduros,
Y en la congregación se les pregunta
Qué caminos serán los mas seguros,
Porque de Hruminavi se barrunta
Acometelles en los pasos duros,
Donde podría con algún engaño
Al caminar hacelles mucho daño.
Porque de sus astucias se creía
Tener hechos reparos a sus trechos,
Y mayormente por aquella vía
Que llevan, cuantidad de hoyos hechos,
Para lo cual remedio les sería
Evitarse los pasos mas estrechos,
Y a Riobamba ir por otra mano
Sería lo mejor y lo mas sano.
Un soldado llamado Juan Camacho,
De San Miguel de Piura vecino,
Dijo: “Para llevar mejor despacho
En la prosecución deste camino,
Guía podría ser un mi muchacho
Que podemos fiarnos de su tino,
Porque sabe muy bien toda la tierra
Ansí del llano como de la sierra.”
Cuadróles mucho lo que representa
Acerca de tomar otra derrota,
Porque el indio les dió razón y cuenta
Acerca de le ser la tierra nota:
Acuerdan pues salir sin que los sienta
Aquel que las provincias alborota,
Apriesa caminando con la guía
Sin esperar la claridad del día.
Cuando los horizontes se entristecen,
La luz debajo dellos abscondida,
En su real mil fuegos resplandecen
Con muestra de guisarse la comida;
Mas fueron todos estos que parecen
Por disimulación de la partida,
Pues dejándolos vivos y atizados
Caminaron por donde son guiados.
Sin vellos la rabiosa muchedumbre,
La noche caminaron sin recuestas,
Y cuando pareció la nueva lumbre
Atrás dejaban ya pasos y cuestas,
Donde podían dalles pesadumbre
Las galgas ponderosas y molestas:
Vieron los nuestros pues en este punto
A la ciudad de Riobamba junto.
Los indios agraviados y vencidos
Que volvían a nueva competencia,
Como reconocieron ser partidos,
Creyendo de temor hacer absencia,
Siguen el rastro de furor movidos
Con toda la posible diligencia:
A los de retaguardia dan alcance,
Donde se vieron en dudoso trance.
Piden a Benalcázar mas varones
Para mejor librarse de la plaga,
El cual les respondió: “Buenas razones:
Van treinta caballeros en rezaga
Con treinta validísimos peones,
¿Y pedís que de gente se rehaga?
Si la que va juzgais no ser bastante,
Mirad la que tenemos por delante.
“Acá y allá conviene buen concierto
Y que nadie camine descuidado,
Antes todos con ánimo despierto
Y no con corazon acobardado,
Pues yo no veo palmo descubierto
Que no tengan estotros ocupado:
Aprestad manos, porque no podemos
Hacer hoyo donde nos enterremos.”
Esto responde, pero todavía
Envió cierto capitán Mosquera
Con cuatro de caballo, que sabía
Darse principal maña donde quiera;
Cuando llegaron vieron que venía
Toda la retraguardia muy entera,
Sin que los indios punto los dicorden
De lo que deben a militar orden.
Yendo cansados con algun desmayo
De ver inumerables naturales,
Un bárbaro daquellos, dicho Mayo,
Falto de los pendientes genitales,
De paz se les llegó, siéndoles ayo
Para les descubrir ocultos males,
Manifestándoles partes no vacas
De hoyos y acutísimas estacas.
El Hacedor omnipotente quiso
Por boca deste bárbaro prudente
A nuestros españoles dar aviso
A punto y a sazón tan conviniente,
Pues daban en los hoyos de improviso,
Adonde pereciera mucha gente,
Y la parte mayor de los rocines
Allí tuvieran desastrados fines.
Este por Hruminavi fué privado
De los lascivos gustos y placeres,
Y con otros eunucos diputado
Para le ser custodia de mujeres;
Y siempre, como cuerpo lastimado,
Tuvo vindicativos pareceres,
Y esperando hallar vez oportuna,
Tomó la que le trajo la fortuna.
Y ansí le descubrió los hoyos hechos,
Y todo lo que Hruminavi piensa
En los puertos y pasos mas estrechos
Hacer para fortísima defensa;
Bajan los españoles satisfechos
De subyectar la cuantidad inmensa
Que cerca de Riobamba los espera
Con varias armas y aparencia fiera.
Pero como bajaron a lo llano,
Por ir toda la gente fatigada,
El atrevido campo castellano
Allí determinó hacer parada,
Las sillas puestas, armas en la mano,
Con vela que por cada camarada
Se repartió con orden curioso
Hasta pasar el tiempo tenebroso.
Y cuando va venían descubriendo
Los febeos caballos por oriente,
De sus doradas bocas esparciendo
Anhélito de luz resplandeciente,
Benalcázar andaba previniendo
A Ruy Díaz de Rojas, su teniente,
Que fuese por el llano circunstante
Con treinta caballeros adelante.
Con esta gente bien apercebida,
A la ciudad de Riobamba llega;
Pusiéronse los indios en huida,
Sin que fuese durable la refriega;
Y por hallar gran copia de comida
El resto de la gente se congrega,
Y allí holgaron estas compañías
Por espacio de diez y siete días.
Hallaron algún oro los soldados,
Que fue poco según el apetito,
Porque como golosos y picados
A caudal aspiraban infinito,
Estando pues caballos reformados,
Determinaron de llegar a Quito,
Y hubo por el camino pocos ratos
Que no tuviesen gritos y rebatos.
Usando con solícito cuidado
Hruminavi de ardides diferentes,
Y por un orden muy disimulado
Mil hoyos en los pasos mas urgentes;
Pero por aquel bárbaro capado
Quedaban descubiertos y patentes,
Y ansí sin sucedelles caso feo
Llegaron do los lleva su deseo.
Entraron pues en la ciudad potente
De Quito, donde estaba recogida
Inumerable número de gente,
De varias armas bien apercebida;
Mas viéndolos entrar incontinente,
Fué por diversas partes esparcida,
Dejándola con sus pertrechos varios
A la dispusición de los contrarios.
Y ansí hallaron muchos ornamentos
Preciados entre bárbaras naciones,
Y demás desto grandes aposentos
Llenos de grano y otras provisiones,
Otros con belicosos instrumentos,
Lanzas, macanas, dardos, morriones,
Y para guerra todo buen recado;
Mas oro poco, por estar alzado.
Recogieron aquello que se halla,
Trastornando las casas y rincones,
Los indios, rehusando dar batalla,
Acudían de noche con tizones
Por partes mas ocultas a quemalla;
Y aunque no salen con sus intenciones,
La llama todavía hizo mella
En algunas pajizas casas della.
No procedieron, por la resistencia
Que hallan en contrarias voluntades,
Encaminadas a la permanencia
De firmes y católicas verdades,
Destruyendo con suma diligencia
La falsa religión destas ciudades;
Y ansí procuran en aquel asiento
Plantar luego cabildo y regimiento.
En este tiempo Pedro de Alvarado
También de Guatimala se destierra,
Y vino con ejército formado
Metiéndose con él por esta tierra,
Diego de Almagro fué determinado
A se la defender por paz o guerra;
El cual con treinta de caballo vino
Tras Benalcázar con aquel desino.
Hallólos en la parte referida,
Porque siempre vinieron por su huella:
Regocijáronse con la venida,
Sin certidumbre de la causa della,
Mas cada cual después de conocida
Tomó por propria suya la querella,
Y tanteando de defensa modos,
A Riobamba se volvieron todos.
Allí por el Almagro fue mandado
Estar apercebidos y en espera,
Siendo de naturales informado,
Presos en el compás desta frontera,
Quel sobredicho Pedro de Alvarado
Venía por aquella derrotera
Y que, segun el rostro trae puesto,
En Riobamba lo verían presto.
Diego de Almagro con sospecha mala
De que los otros son superiores,
Para ver si su gente les iguala
En número y vigor, o son menores,
Enviaron a Cristóbal de Ayala,
Con otros seis caballos corredores,
Que los tanteen bien, puestos a viso,
Y abrevien el venir a dar aviso.
Aquestos siete caballeros fueron
Acia la parte do sospecha tienen,
Mas en el caminar no procedieron
Con tal orden que no se desordenen,
Y ansí por mal concierto que tuvieron
A todos los prendieron los que vienen,
Y como prisioneros a recado
Los llevaron al Pedro de Alvarado.
Holgóse de los ver en su presencia,
Por informarse de lo que quería,
Hasta la más menuda menudencia
Que para tal sazón le convenia,
Y aquesto hecho, dándoles licencia,
A quien los enviaba los envía,
Dando la relación de su viaje,
No sin muestra feroz en el mensaje.
Diciendo que, mediante provisiones
Emanadas del rey y su consejo,
A conquistar venía las naciones
Destos confines desde Puerto-Viejo,
Con grandes gastos en las prevenciones,
En buscar buena gente y aparejo;
Y ansí defendería con la espada
La tierra que en gobierno le fué dada.
Dióle Diego de Almagro por respuesta,
Que cumple que la tenga prevenida,
Porque la suya para lo que resta
No vive descuidada ni dormida,
Cada parcialidad en fin va puesta
A riesgo manifiesto de la vida,
Ordenando sus haces al momento
Para venir al duro rompimiento.
Queriendo comenzarse los rigores,
Caldera, licenciado de Sevilla,
Se puso dando voces y clamores
En medio desta y daquella cuadrilla:
“¡Paz y amistad, paz y amistad, señores,
Nunca permita Dios esta rencilla!”
Acuden a lo mismo religiosos
Destas conformidades deseosos.
Todos prestan atentos los oidos,
Por pedillo personas de respeto,
Los unos y los otros comedidos,
Y cada cual con pecho mas quieto:
Remedios dan a los que van perdidos,
Y fueron que con término discreto
Tracten las dos cabezas españolas
De medios convinientes a sus solas.
Juntáronse los dos adelantados
A la traza por buenos deseada:
Quedaron aquel día concertados,
Después de conferida y altercada,
Pues el Almagro dió cien mil ducados
Al Alvarado por aquel armada,
Para que con aquellos se volviese
Luego sin pretender mas interese.
Volvióse, los dineros recebidos,
Solo con sus criados y sirvientes,
Y dejó cuatrocientos escogidos
Hidalgos generosos y valientes
A estos llamaban los vendidos,
Mas eran tales y tan escelentes
Que los mas dellos en la paz o guerra
Fueron los principales de la tierra.
Fué con Almagro pues el Alvarado
A San Miguel antes de su partida,
Porque Pizarro vea su recado
Y cumpla la moneda prometida,
Quedó con Benalcázar de su grado
Mucha gente de la recién venida,
Bastantes en esfuerzo y en prudencia
Para desbaratar cualquier potencia.
Destos fué Juan de Ampudia, Juan
/Cabrera,
Juan del Río con Baltasar su hermano,
El capitán Tovar, Muñoz Mosquera,
Luis Mideros, Florencio Serrano,
Vivos aquestos dos en esta era,
El capitán Añasco, sevillano,
Con otro primo suyo, cabal hombre,
Pedros entrambos y del mismo nombre.
Y Pedro de Guzmán, Luis de Lizana
Avendaño, Juan Muñoz de Collantes,
Martiniañez Tafur, de quien no vana
Fama publica ser hombres bastantes,
Según en Paria y en Maracapana
Del Avendaño y él tractamos antes,
Sanabria de quien ya hice memoria
En diferentes partes de mi historia.
Porque de las conquistas atrasadas
Tuvimos especial conocimiento,
Y hoy vemos hijas suyas agraciadas
Que son de Tunja lustre y ornamento,
A conyugales nudos obligadas
Con personas de gran merecimiento,
De cuya virtud y ánimo constante,
Mediante Dios, diremos adelante.
La mayor dellas, doña Catalina,
Subyecto de bondad enriquecido,
Que de purpúrea flor y clavellina
Posee lo mejor y mas subido,
Tiene como de tanto premio dina
Al buen Martín de Rojas por marido,
Con prendas que les son correspondientes
En virtudes y gracias eminentes.
Es en edad menor doña Luisa,
De gracias y primor verjel ameno,
Pues de lo quel humano ser divisa
Tiene sobre lo bueno lo mas bueno:
Cordura que las mas cuerdas avisa,
Y a don Diego de Vargas en su seno,
Que en jornadas desde sus tiernos años
Ha padecido pérdidas y daños.
Teniendo Benalcázar pues trescientos
Hombres en Riobamba bien armados,
Hizo de capitanes nombramientos
Valerosos y bien acreditados,
Y a Quito, donde llevan los intentos,
Revuelven muy mejor aderezados,
Yendo con ellos, desde Riobamba,
Un cacique de paz llamado Chamba.
Que debajo de buenas amistades
Hizo que se quedasen en su villa
Los impedidos con enfermedades,
Nuevamente venidos de Castilla;
Y él recogió de indios cuantidades
Con intencion, al parecer sencilla
De les favorecer y ser propicio
En el hervor del militar oficio.
Y ansí con Benalcázar caminaban
Para les ayudar a su contiendas,
Y en cualquier parte que se rancheaban
Los nuestros, ellos asentaban tiendas;
Y allí los españoles que velaban
De noche los visitan a sabiendas,
Con sospecha de que harán mudanza,
Por ser gente de poca confianza.
Y en un rancheadero del camino,
La ronda principal de las espías
Puestas, cerca del tiempo matutino,
So color de le dar los buenos días
Hasta las tiendas del cacique vino,
Las cuales halló puestas y vacías;
Y las personas que hacían vela
Tocan al arma vista la cautela.
Los rastros buscan hombres diligentes;
Oue como van con intención malina
Volvían por caminos diferentes;
Mas Juan de Ampudia que bien adevina
Huirse por matar a los dolientes,
Tras ellos con aquel temor camina
Con treinta sueltos y ocho con caballos
Que gran priesa se dan por alcanzallos.
Pasan dos ríos que los detuvieron,
Y no sin riesgo toman la ribera
Contraria; mas después tanto corrieron,
Con ser catorce leguas de carrera,
Que al Chamba con trescientos indios
/vieron
Cómo bajaba por una ladera
Para cortar el hilo de las vidas
A su fe fraudulenta cometidas.
Para romper los duros escuadrones
Los ocho de caballo ponen frentes;
Llegaron a la villa los peones
Do vieron de rodillas los pacientes,
Porque sabían ya las intenciones
Que traían los indios delincuentes,
Por una india de la Nueva-España
Que supo la traición y la maraña.
Gracias inmensas dan al alto cielo
Por socorrellos en tan gran presura;
El repentino gozo y el consuelo
Desterró la pesada calentura;
Huyen del infiel y cruel suelo,
Vista la venturosa coyuntura,
Y el de dispusición débil y flaca
De sus debilidades fuerza saca.
Los de caballo lanzas ensangrientan
En los culpados de furor nocivo:
Todos los desbaratan y ahuyentan,
Escepto Chamba que quedó captivo
El cual por culpas que se representan
Poco después murió quemado vivo,
Y esto tracta el obispo de Chiapa,
Pero de demasía no se escapa.
Diciendo que se hizo larga riza
Cuando Chamba con fuego fué punido,
Por relación de fray Marcos de Niza
Informado de cosa que no vido,
Y ansí de la verdad quebró la triza,
Porque con Alvarado era ya ido;
Pero su compañero fray Iodoco
Toca con gran verdad lo que yo toco.
Y aun viven hoy algunos caballeros
Cuyos dichos tenemos a la mano,
Que destos es el capitán Mideros
Y el capitán Florencio Serrano,
Varones graves y de los primeros
Que hicieron aquel imperio llano;
Los cuales no deponen por oidas
Sino de cosas vistas y sabidas
Llevó pues Juan de Ampudia los dolientes
Adonde Benalcázar los espera;
A punto se pusieron combatientes
Después de recogidos a bandera,
Y para dar asientos permanentes
A Quito dirigieron su carrera,
Y comenzaron a fundar aprisco
El día del seráfico Francisco.
Año de treinta y cuatro con los cientos
Quince, que cuenta religión cristiana,
Donde se pregonaron mandamientos
Del rey de monarquía soberana,
Tomando posesión de los asientos
Ganados por la gente castellana,
Dando de San Francisco nombradía
A causa de llegar el mismo día.
Hízose de justicia y regimiento
Elección de personas singulares,
Y luego general repartimiento
De campos, huertas, casas y solares;
Demás desto mortal preparamento
Contra las altas rocas y lugares,
Cuyos altores Hruminavi piensa
Ser adaptados para su defensa.
Doscientos hombres salen escogidos
Adomeñar la gente rebelada;
Quedaron ciento bien apercebidos,
Guardando la ciudad recién fundada;
Mas porque para trances tan reñidos
No se requiere pluma mal cortada,
Lo que resta, cortándola primero,
Diremos en el canto venidero.
Y la gobernación de Cartagena,
Pues la de Popayán, con quien conñna,
Según atrás tocó gracil avena,
Quiero tomar agora por vecina
Para dar della relación más llena,
Contando sus auríferos veneros
Y los célebres hechos de guerreros.
Dadme la mano vos, escelsa Musa,
Templo vivo de Dios enriquecido,
Porque la mía no quede confusa
Pintando lo que tengo prometido;
Y la luz de verdad que está reclusa
Rompa la nube ciega del olvido,
A la posteridad haciendo claras
Hazañas tan heroicas y tan raras.
A la parte del sur de Cartagena,
Cauca, gran río, tiene nacimiento,
El cual y el grande de la Magdalena
Nacen del rumbo deste mismo viento
Distantes hasta cerca del arena
Del mar del Norte, donde con aumento
Juntas sus aguas, y ambos hechos uno
Ensoberbecen ondas de Neptuno.
Estos dos dichos ríos inundantes
Los campos y montañas adyacentes,
Menos de cuatro mil pasos distantes
Tienen sus nacimientos y sus fuentes
En sierras de Hibague, do declinantes
Al mar del Norte tienen las vertientes,
Y con otros menores crecen tanto,
Que su grandeza causa gran espanto.
Aunque parejas cumbres los despiden
Corren por diferentes señoríos,
Pues antes que se junten los dividen
Sierras que llaman dentre los dos ríos,
Que cuasi paralelamente miden
Sus cursos, sus distancias y desvíos;
Mas por do Cauca guía sus corrientes
Hay vegas grandes, valles escelentes.
Y en aquellas llanadas por do viene
Fundó gobernación cristiana gente,
La cual de Popayán renombre tiene
Y con él permanece de presente;
Son pues los aledaños que contiene
Acia la mar del Sur, que es al poniente,
Escelsas sierras en supremo grado,
Que por aquella parte hacen lado.
A la parte de oriente desta tierra,
Donde muchas ciudades hay fundadas,
Le demora también aquella sierra
Por quien son las dos aguas separadas;
Esta gobernación allí se encierra,
Y tienen españoles sus moradas
(Que dilatando van su señorío)
A una y otra banda de aquel río.
Tienen ya grandes hatos de ganados,
Y en ríos abundante pesquería;
Viven los moradores regalados
Con varios fructos que la tierra cría,
Y de los estranjeros trasplantados
También produce los que no solía;
Hay grandes montes, bosques y breñales,
Y de oro soberbios minerales.
A don Pedro de Heredia se debía
La gloria del primer descubrimiento;
Mas por hallar mas apacible vía
Benalcázar gozó del vencimiento
Por Pizarro, marqués, de quien tenia
Poder, autoridad y mandamiento;
Y al Benalcázar tal nombre le viene
De ser del pueblo que este mismo tiene.
Tuvo padres de llanas condiciones,
Y su linaje fué desta manera,
Porque todos vivían de los dones
Que les daba campestre sementera;
De un parto parió dos, ambos varones,
Su madre, fuera de la vez primera,
Y al nacer Sebastián, el uno dellos,
Primero sacó piernas que cabellos.
Y cuando destos géminos podía
Cada cual en astil poner la mano,
A los padres llegó su fatal día,
Encomendándolos al más anciano;
Y algunas veces Sebastián solía,
Por mandamiento del mayor hermano,
O por su voluntad, ir a la breña
Con un jumento do traía leña.
Trayéndolo cargado por sendero
En que pluviosa tempestad embarga,
En un atolladar y atascadero
Cayó la flaca bestia con la carga;
Quitó la soga, lazos y el apero,
Anímalo con gritos porque salga,
De la cola con gran sudor ayuda,
Mas el jumento flaco no se muda.
Entonces él con juvenil regaño
En las manos tomó duro garrote,
Diciéndole: "Sabed que si me ensaño
Vos os habéis de erguir y andar a trote."
Al fin, sin voluntad de tanto daño,
Con uno le acertó tras el cocote,
Y fué de tal vigor aquel acierto
Quel asno miserable quedó muerto.
El mal recado visto, no se tarda
En huir, conocida su locura,
Dejando leña, sogas y el albarda,
Y el vivir en pobreza y angostura,
Con imaginaciones que le aguarda
En otra tierra próspera ventura,
Y selle muy mejor ir a la guerra
Que cultivar los campos en su tierra.
Peregrinando pues de villa en villa
Con falta de las cosas necesarias,
Quiso ver las grandezas de Sevilla,
Adonde concurrían gentes varias;
Allí llegó y oyó por maravilla
Alabar la jornada de Pedrarias
Del Darien, por que hacia gente
Como gobernador de aquella frente.
Pareciéndole bien esta conquista,
Presentóse delante del caudillo,
Diciendo que lo pongan en la lista,
Porque con los demás quiere seguillo;
Pedrarias se holgaba con la vista
Y bucn donaire del villanchoncillo,
Y no teniendo de cognomen uso,
El de su propio pueblo se le puso.
Llegan al Darien con la compaña,
Que pasaba de doce veces ciento,
Con los vecinos dél, hombres de España,
Primeros pobladores del asiento;
Y el Sebastián se daba buena maña
Cuando buscaban indios y alimento,
Llegándose, con otros que no narro,
A los ranchos de Almagro y de Pizarro.
Porque estos eran en aquellas lides,
Desde que descubrieron aquel río,
Antiguos y admirables adalides
Y amigos de soldados de buen brío;
Pedrarias, por se ver en los ardides,
Luego del Darien hizo desvío,
Y acia Panamá guió la proa
Al mar del Sur, que descubrió Balboa.
Al cual Balboa, si mas tiempo dura
Espíritu vital en mis entrañas,
Deseo colocar en escriptura
Y sus heroicos hechos y hazañas,
Su fatal y temprana sepultura,
Do lo pusieron invidiosas sañas
Del que tenía cargo del gobierno,
Con habello tomado ya por yerno.
Llegó Pedrarias pues donde quería,
Mas él y todos los demás mohinos
Por no poder tomar alguna guía
Para que descubriese los camínos,
A causa de que desta serranía
Andaban alterados los vecinos,
Y acrecentaba mas el descontento
El no poder hallar mantenimiento.
Como cada cual dellos se desvela
En remediar la falta que les daña,
El Sebastián haciendo centinela,
Humo vido salir de una montaña,
Y aunque lejos, bien vió ser de candela,
Y no vapor, que mil veces engaña;
Algunos compañeros llamó luego
Que se certificaron ser de fuego.
AI rancho del gobernador se vino
Diciéndole ser fuego ciertamente,
Y él mismo confiado de su tino
Prometió dar en él dándole gente;
Animólo Pedrarias al camino
Con algunos, que fueron hasta veinte,
Mandóles que cada cual hiciese
Lo quel imberbe mozo les dijese.
Con aqueste favor más alentado,
Recogidos los veinte compañeros,
Entróse por aquel bosque ccrrado,
Ajeno de caminos y senderos,
Con tan puntual tino y acertado,
Que dió sobre los bárbaros guerreros:
Ovieron del rancheo tres mil pesos,
Y de todas edades muchos presos.
Para Pedrarias señaló la parte
Que le venía de lo rancheado,
El restante por todos se reparte,
Y a nadie quiso ser aventajado:
Finalmente, lo hizo de tal arte
Que quedó desta bien acreditado,
Y ansí holgaban todos de seguillo
Las veces que le cupo ser caudillo.
Como más en edad iuese creciendo
Y en bienes por su lanza granjeados,
Iba también ganando y adquiriendo
Mucha reputación entre soldados,
Y en estos intermedios descubriendo
En honras pensamientos levantados;
Y ansí granjeó nombre brevemente
De diestro capitán y de valiente.
Fué liberal, modesto y apacible,
Amigo de virtud y de nobleza,
En los recuentros de rigor terrible,
Jamás en él se conoció flaqueza,
A pié brioso todo lo posible,
A caballo grandísima destreza:
Hombre mediano, pero bien compuesto,
Y algunas veces de severo gesto.
Al fin en Panamá hacen asiento
El Pedrarias y sus conquistadores,
Donde por las personas de momento
Repartió los caciques y señores:
Al Benalcázar dió repartimiento
Igual a los más ricos y mejores,
Porque en aquellos tractos y ejercicios
De guerra fueron grandes sus servicios.
En estos días le nació el mestizo
Al buen Almagro, que se llamó Diego,
El cual después en tiempo banderizo
En el Pirú causó desasosiego;
Al cristianallo gran fiesta se hizo,
Y en el baptismo fueron por su ruego
Pizarro y Benalcázar los padrinos,
Por ser allí los más ricos vecinos.
Subyecta pues la gente convecina
Y la ciudad de Panamá fundada,
Pedrarias de Avila se determina
Hacer de Nicaragua la jornada,
Porque sus capitanes la marina
Por el rey y por él tienen poblada;
Y ansí con voluntad llana y amiga
A Benalcázar ruega que le siga.
Prometiendo debajo juramento
En provechos y honras preferillo;
El cual luego prestó consentimiento
Dándole la palabra de seguillo,
Al Pizarro pesó del mudamiento,
Y Almagro y él procuran impedillo:
Responde, como quien virtud profesa,
No poder ya faltar de su promesa.
Cada cual de por sí le representa
Tenelle sin revés afición pura,
Y que esta, puesto caso que se absenta,
En todo tiempo la terná segura,
Rogándole también que les dé cuenta
De daños o regalos de ventura,
Pues ellos en quietud o con quebranto
De su parte harían otro tanto.
Con esto se despide sollozando
De los que lo tenían por amigo
Y con próspero viento navegando,
Llegan y desembarcan donde digo,
La ciudad de León se fundó cuando
A Nicaragua lo llevó consigo
Pedrarias, y allí fue primer alcalde;
Y es cierto no comer el pan de balde.
Pues en pacificar estos estados,
Con mañas y valor de varón fuerte,
Al rey hizo servicios señalados,
Y así le cupo razonable suerte.
Pizarro con los otros aliados
Acia la costa del Pirú convierte
La lanza con ventura más propicia,
Trayendo con caudal rica noticia.
Entendida grandeza tan estraña
Por indios que deponían de vista,
Embarcóse Pizarro para España,
Donde de sus servicios hizo lista;
Volvió gobernador con gran compaña
Para prosecución de la conquista,
Y al Benalcázar envió mensaje
Para se valer dél en el viaje.
Diciéndole que mas no se detenga
En tierra corta do viviendo muere,
Pues que ventura se la da más luenga
Con la prosperidad que se requiere;
Y quél no partirá hasta que venga
Con los soldados que traer pudiere,
A los cuales hará que huellen suelo
En el cual mudarían el mal pelo.
Vista por Benalcázar tal oferta
Y que de mas atrás lijera fama
Vendía la noticia por muy cierta,
Determinó de ir a quien lo llama:
Compró navío grande de cubierta,
Y con aquel ardor otros inflama,
Llevando, no sin costa de dineros,
Seis caballos y treinta compañeros.
Recibiólo Pízarro con buen pecho,
Y su venida fué regocijada;
Dióle más larga cuenta de lo hecho,
Y efectuóse luego la jornada,
La cual por la grandeza del provecho
Fué por el universo divulgada,
Y en hacer aquel grande reino llano
El Benalcázar tuvo mucha mano.
Pasaron varias cosas, que yo callo
Por ir do me movió mi fantasía,
Y es quel marqués Pizarro, por honrallo,
Las guerras de substancia le confía:
A Piúra con gente de caballo
Fué, para socorrer la compañía
De españoles que estaban en aprieto,
Y a hacer aquel término subyeto.
Domó la furia de los adversarios
Y aquella multitud sanguinolenta,
Haciéndoles de libres tributarios
Con yugo de pagar perpetua renta;
Y en otras guerras y recuentros varios
Honra ganó, sin padecer afrenta,
Antes a mas rigor mayor audacia,
Sin sucedelle trance de desgracia.
Holgábase Pizarro grandemente
De ver cómo se daba buen recado,
Y conociendo dél ser suficiente
Para le cometer cualquier cuidado,
En San Miguel lo hizo su teniente,
Que es en Tangarará pueblo fundado
Allí primero por gente de España,
Donde también se daba buena maña.
Allanó muchas veces lo más agro
De guerras que otros ponen en escrito;
Después desto, Pizarro y el Almagro
Le mandan ir a conquistar a Quito,
Cuyas riquezas vende por milagro
La veloz fama con soberbio grito,
Y también por domar la tiranía
De Hruminavi, questo pretendía.
Porque viendo debajo fatal tumba
A Guaxcar y Atabaliba señores,
Adonde mortal odio los derrumba,
Este se rebeló y otros traidores
Como Zopozapagua, Quingalumba,
Raurau, contra sus emperadores,
Y Quiquiz que, con otros presupuestos,
Venía para se juntar con estos.
Yendo pues Benalcázar aviado
Según que pide militar escuela,
Procurando de ser bien informado
Del reino donde van y su tutela,
Cierto cacique, Chaparra llamado,
Le mandó dibujar en blanda tela
Con entradas, salidas y defensa
Y de guerreros cuantidad inmensa.
Benalcázar holgó de ver la planta,
Y de que se le dé tan buena nueva,
Porque de la grandeza no se espanta,
Antes desea ya venir a prueba,
Aunque para romper multitud tanta
Solo ciento y setenta y cinco Ileva:
Son los sesenta y cuatro caballeros
Y diez o doce buenos ballesteros.
Todos los más restantes son peones
Que llevan sus escudos embrazados.
Encontraron de bárbaras naciones
Cincuenta y cinco mil hombres armados,
Que muchos dellos eran orejones
En uso militar ejercitados,
Puestos en orden en llanadas bajas
De los campos que llaman Teocajas.
Al bravo Hruminavi va subyeto
Aquel gentil ejército pagano,
Que con sagacidades de discreto
Los congregó debajo de su mano,
Poniendo sus contrarios en aprieto
Con crueles estremos de tirano;
Porque este se escapó de Caxamarca
Al tiempo que perdieron su monarca.
Y viéndolo prender, en el conflicto,
Cuando española mano dél afierra,
Fué recogiendo por el circuito
Sobre catorce mil hombres de guerra,
Con los cuales entró dentro de Quito
Levantándose con aquella tierra,
Con muertes de los que del mal intento
Pudieran ser algún impedimento.
Y agora Hruminavi, como piensa
Que Benalcázar trae su demanda,
Apercibióse para la defensa
Con tanta multitud de los que manda,
Que parecía cuantidad inmensa
Los que los ciñen de una y otra banda,
A los cuales atentos y armas prestas
Dijo tales palabras como estas:
“'Ya veis el miserable captiverio
Con que los hados van amenazando,
Y cómo de los Ingas el imperio
Estrañas gentes vienen ocupando,
Con muertes, deshonor y vituperio
De los que sobre nos tenian mando:
El gran emperador Guaxcar sin vida,
La de Atabalibá también perdida.
“Otros poseen ya su plata y oro
Y buscan lo que mas hay abscondido;
El caudaloso fausto y el tesoro
De Cuzco y Caxamalca veis perdido;
La majuestad, respecto y el decoro
De nuestros orejones abatido,
Haciéndoles que acudan con tributos
De plata y oro, joyas y otros frutos.
“Y también vienen en demanda nuestra
A fin de que hagamos otro tanto,
Si no convierte vuestra fuerte diestra
Su crecido placer en duro llanto,
Y aquel dominio de la gloria vuestra
No les pone temor, terror y espanto,
Encomendando bien a las memorias
Vuestros heroicos hechos y victorias.
“Pues si con estas asestais la vira
Adonde pretendéis hacer empleo,
En cualquier parte que pongais la mira
Acertaréis al blanco del deseo,
Y abatiréis aquella mortal ira
A quien anima su primer trofeo,
Ganado sin rigores de pelea
Ni movimiento que defensa sea.
“Y es fácil de domar esta demencia,
Por ser pocos y en fuerzas no mejores;
Pues que nos consta ya por esperiencia
Que padecen flaquezas y temores;
Veis demás desto cuánta diferencia
Hay de ser siervos a quedar señores,
De perder o cobrar vuestros estados,
O de siempre mandar o ser mandados.
“No cause lo de Caxamalca miedo,
Por nos vencer allí pocos cristianos;
Pues cada cual de nos estuvo quedo
Sin querernos valer de nuestras manos,
Porque juzgábamos por el denuedo
Y el aspecto no ser hombres humanos;
Mas ya nos consta por sus condiciones
Que son hombres mortales y ladrones.
“Y aquellos pocos de redondas uñas,
Do suben y les sirven de castillos,
Podeislos enlazar por las pesuñas,
Como cuando cazáis con los aillos
O los civis con que tomais vicuñas,
Usando tal ardid en vez de grillos;
Y a tierra veréis ir en ese punto
Caballo y caballero todo junto.
“Ansí que, pues en esto no va menos
Que las honras, haciendas y las vidas,
Y tenemos aquestos campos llenos
De gentes diestras bien apercebidas,
Haced aquello que debéis a buenos
En refrenar las sueltas y atrevidas,
Porque si no, veréis en sus poderes
Vuestras queridas hijas y mujeres.”
Dijo, y aquellos fieros capitanes,
O principales de los orejones,
Con palabras y bravos ademanes
Correspondieron con sus intenciones,
No recelando muertes ni desmanes
Que nacen de las tales ocasiones...
Y en este tiempo Benalcázar llega
Con todos los demás a la gran vega.
Descúbrense millares de millares,
Con las armas que tienen de costumbre
Dignas de ver las joyas singulares,
La rica y adornada muchedumbre,
Tanto, que reverberan los solares
Rayos con el refracto de su lumbre;
Inumerables hondas, dardos, lanzas
Y armas de defensión a sus usanzas.
Escopíes bastados de algodones,
Con gran primor colchados y tupidos;
De palo bien tallados morriones
Con hoja gruesa de oro guarnecidos;
Plumajes, diademas, invenciones
Varias en las maneras de vestidos,
Porque según las tierras y raleas
Usaban de los trajes y libreas.
Viendo que Benalcázar descubría
Por ancho campo de compás jocundo,
Suena clamor y grita que rompía
Los aires con ruido furibundo,
Y tal hervor y horror, que parecía
Deshacerse la fábrica del mundo,
Engrandeciendo siempre los clamores
Con bocinas y grandes atambores.
A la bandera nuestra y estandarte
Animó quien sobrellos tiene mano,
Diciendo: “No temais contrario marte,
Pues vale menos cuanto mas lozano,
Y al fin ha de llevar la peor parte
Queriéndonosla dar en campo llano,
Adonde los caballos corredores
Y los que van encima son señores.
“Dejadlos vengan: no habais amago
Hasta que los tengamos mas cercanos;
Y cuando yo dijere ¡Santiago!
Cada cual se aproveche de sus manos,
Verán a pocas vueltas el estrago
Que hacen los poquitos castellanos;
Pues ellos como ven que somos pocos
Se hacen mas soberbios y mas locos.
“A cualquiera gandul que con mas gala
Vierdes, y mas compuesto de librea,
Y en acometimiento se señala
Incitando los otros a pelea,
Habéis de trabajar dalle de mala
Con el violento fin que se desea,
Pues todos acobardan viendo estos
De la querida vida descompuestos.”
Al tiempo pues que el padre Faetonte
Demediaba su rápida carrera,
Cuando la sombra del frondoso monte
Cerca las plantas sin salir afuera
En aquel hemisferio y horizonte,
Equinoccio perpetuo del esfera,
Los confiados indios acometen,
Y nuestros caballeros arremeten.
Rompiendo por la bárbara pujanza,
Siguiendo las pisadas del caudillo:
Roja se pára la pungente lanza,
El suelo rubicundo y amarillo;
El rigor, el furor, la destemplanza
Ensangrientan los filos del cuchillo,
Tanto, que del barbárico gentío
La sangre derramada forma río.
Mas los indios no son flojos ni tardos
En respondelles con ardiente priesa;
Pues sin intermisiones ni reguardos
De la confusa grita que no cesa,
De violentas piedras y de dardos
Nube descarga multitud espesa,
Quel cielo de los ojos arrebata,
Y con su violencia los maltrata.
Bien como de langostas las nubadas
Que suelen impedir la vista clara,
Ansí son las espesas ruciadas
Del dardo, de la piedra, de la vara,
Atormentando cascos y celadas,
Escudos y rodelas, donde para,
Cuyos pesados golpes también labran,
Matan caballos, y hombres descalabran.
No se mostraban flojas ni tardías
Del fuerte Benalcázar las lanzadas,
Y las del capitán dicho Rui Díaz
De Rojas no son menos señaladas,
Cuyos hechos, proezas, valentías
A milagro podrán ser comparadas;
Y todos en aquellos trances duros
Parecían ser mas que hombres puros.
Porque de los contrarios combatientes
Cincuenta y cinco mil es el estima,
De los más ahechados y valientes
Que moran desde Quito hasta Lima,
Demas de los tener allí presentes
Hruminavi feroz que los anima,
Sin que se pierda punto do se halla
En la prosecucion desta batalla.
La cual por ambas partes se regia
Con tal obstinación y rabia pura,
Que pelearon desde medio día
Hasta llegar la ceguedad obscura;
Donde los de la bárbara porfía
Juzgaron la huida por segura,
Dejando de los suyos setecientos
Desamparados de vivos alientos.
Huyeron a los cerros mas subidos,
Y por las asperezas de los puertos
Quedaron tres peones mal heridos
Y tres caballos ansimismo muertos:
Velaron por sus cuartos repartidos
Hasta que nueva luz los hizo ciertos
Cuanta fué la mortífera ruina,
Mas no lo quel contrario determina.
Y por ser aquel campo conviniente,
Si por ventura vuelven a buscallos,
Para se defender cómodamente
Queriendo Hruminavi contrastallos,
Descansaron allí día siguiente
Regalando con grano los caballos
Y curándoles algunas heridas,
Porque de su vivir penden sus vidas.
El Benalcázar luego hizo junta
De los hombres en guerra mas maduros,
Y en la congregación se les pregunta
Qué caminos serán los mas seguros,
Porque de Hruminavi se barrunta
Acometelles en los pasos duros,
Donde podría con algún engaño
Al caminar hacelles mucho daño.
Porque de sus astucias se creía
Tener hechos reparos a sus trechos,
Y mayormente por aquella vía
Que llevan, cuantidad de hoyos hechos,
Para lo cual remedio les sería
Evitarse los pasos mas estrechos,
Y a Riobamba ir por otra mano
Sería lo mejor y lo mas sano.
Un soldado llamado Juan Camacho,
De San Miguel de Piura vecino,
Dijo: “Para llevar mejor despacho
En la prosecución deste camino,
Guía podría ser un mi muchacho
Que podemos fiarnos de su tino,
Porque sabe muy bien toda la tierra
Ansí del llano como de la sierra.”
Cuadróles mucho lo que representa
Acerca de tomar otra derrota,
Porque el indio les dió razón y cuenta
Acerca de le ser la tierra nota:
Acuerdan pues salir sin que los sienta
Aquel que las provincias alborota,
Apriesa caminando con la guía
Sin esperar la claridad del día.
Cuando los horizontes se entristecen,
La luz debajo dellos abscondida,
En su real mil fuegos resplandecen
Con muestra de guisarse la comida;
Mas fueron todos estos que parecen
Por disimulación de la partida,
Pues dejándolos vivos y atizados
Caminaron por donde son guiados.
Sin vellos la rabiosa muchedumbre,
La noche caminaron sin recuestas,
Y cuando pareció la nueva lumbre
Atrás dejaban ya pasos y cuestas,
Donde podían dalles pesadumbre
Las galgas ponderosas y molestas:
Vieron los nuestros pues en este punto
A la ciudad de Riobamba junto.
Los indios agraviados y vencidos
Que volvían a nueva competencia,
Como reconocieron ser partidos,
Creyendo de temor hacer absencia,
Siguen el rastro de furor movidos
Con toda la posible diligencia:
A los de retaguardia dan alcance,
Donde se vieron en dudoso trance.
Piden a Benalcázar mas varones
Para mejor librarse de la plaga,
El cual les respondió: “Buenas razones:
Van treinta caballeros en rezaga
Con treinta validísimos peones,
¿Y pedís que de gente se rehaga?
Si la que va juzgais no ser bastante,
Mirad la que tenemos por delante.
“Acá y allá conviene buen concierto
Y que nadie camine descuidado,
Antes todos con ánimo despierto
Y no con corazon acobardado,
Pues yo no veo palmo descubierto
Que no tengan estotros ocupado:
Aprestad manos, porque no podemos
Hacer hoyo donde nos enterremos.”
Esto responde, pero todavía
Envió cierto capitán Mosquera
Con cuatro de caballo, que sabía
Darse principal maña donde quiera;
Cuando llegaron vieron que venía
Toda la retraguardia muy entera,
Sin que los indios punto los dicorden
De lo que deben a militar orden.
Yendo cansados con algun desmayo
De ver inumerables naturales,
Un bárbaro daquellos, dicho Mayo,
Falto de los pendientes genitales,
De paz se les llegó, siéndoles ayo
Para les descubrir ocultos males,
Manifestándoles partes no vacas
De hoyos y acutísimas estacas.
El Hacedor omnipotente quiso
Por boca deste bárbaro prudente
A nuestros españoles dar aviso
A punto y a sazón tan conviniente,
Pues daban en los hoyos de improviso,
Adonde pereciera mucha gente,
Y la parte mayor de los rocines
Allí tuvieran desastrados fines.
Este por Hruminavi fué privado
De los lascivos gustos y placeres,
Y con otros eunucos diputado
Para le ser custodia de mujeres;
Y siempre, como cuerpo lastimado,
Tuvo vindicativos pareceres,
Y esperando hallar vez oportuna,
Tomó la que le trajo la fortuna.
Y ansí le descubrió los hoyos hechos,
Y todo lo que Hruminavi piensa
En los puertos y pasos mas estrechos
Hacer para fortísima defensa;
Bajan los españoles satisfechos
De subyectar la cuantidad inmensa
Que cerca de Riobamba los espera
Con varias armas y aparencia fiera.
Pero como bajaron a lo llano,
Por ir toda la gente fatigada,
El atrevido campo castellano
Allí determinó hacer parada,
Las sillas puestas, armas en la mano,
Con vela que por cada camarada
Se repartió con orden curioso
Hasta pasar el tiempo tenebroso.
Y cuando va venían descubriendo
Los febeos caballos por oriente,
De sus doradas bocas esparciendo
Anhélito de luz resplandeciente,
Benalcázar andaba previniendo
A Ruy Díaz de Rojas, su teniente,
Que fuese por el llano circunstante
Con treinta caballeros adelante.
Con esta gente bien apercebida,
A la ciudad de Riobamba llega;
Pusiéronse los indios en huida,
Sin que fuese durable la refriega;
Y por hallar gran copia de comida
El resto de la gente se congrega,
Y allí holgaron estas compañías
Por espacio de diez y siete días.
Hallaron algún oro los soldados,
Que fue poco según el apetito,
Porque como golosos y picados
A caudal aspiraban infinito,
Estando pues caballos reformados,
Determinaron de llegar a Quito,
Y hubo por el camino pocos ratos
Que no tuviesen gritos y rebatos.
Usando con solícito cuidado
Hruminavi de ardides diferentes,
Y por un orden muy disimulado
Mil hoyos en los pasos mas urgentes;
Pero por aquel bárbaro capado
Quedaban descubiertos y patentes,
Y ansí sin sucedelles caso feo
Llegaron do los lleva su deseo.
La cual por ambas partes se regia
Con tal obstinación y rabia pura,
Que pelearon desde medio día
Hasta llegar la ceguedad obscura;
Donde los de la bárbara porfía
Juzgaron la huida por segura,
Dejando de los suyos setecientos
Desamparados de vivos alientos.
Huyeron a los cerros mas subidos,
Y por las asperezas de los puertos
Quedaron tres peones mal heridos
Y tres caballos ansimismo muertos:
Velaron por sus cuartos repartidos
Hasta que nueva luz los hizo ciertos
Cuanta fué la mortífera ruina,
Mas no lo quel contrario determina.
Y por ser aquel campo conviniente,
Si por ventura vuelven a buscallos,
Para se defender cómodamente
Queriendo Hruminavi contrastallos,
Descansaron allí día siguiente
Regalando con grano los caballos
Y curándoles algunas heridas,
Porque de su vivir penden sus vidas.
El Benalcázar luego hizo junta
De los hombres en guerra mas maduros,
Y en la congregación se les pregunta
Qué caminos serán los mas seguros,
Porque de Hruminavi se barrunta
Acometelles en los pasos duros,
Donde podría con algún engaño
Al caminar hacelles mucho daño.
Porque de sus astucias se creía
Tener hechos reparos a sus trechos,
Y mayormente por aquella vía
Que llevan, cuantidad de hoyos hechos,
Para lo cual remedio les sería
Evitarse los pasos mas estrechos,
Y a Riobamba ir por otra mano
Sería lo mejor y lo mas sano.
Un soldado llamado Juan Camacho,
De San Miguel de Piura vecino,
Dijo: “Para llevar mejor despacho
En la prosecución deste camino,
Guía podría ser un mi muchacho
Que podemos fiarnos de su tino,
Porque sabe muy bien toda la tierra
Ansí del llano como de la sierra.”
Cuadróles mucho lo que representa
Acerca de tomar otra derrota,
Porque el indio les dió razón y cuenta
Acerca de le ser la tierra nota:
Acuerdan pues salir sin que los sienta
Aquel que las provincias alborota,
Apriesa caminando con la guía
Sin esperar la claridad del día.
Cuando los horizontes se entristecen,
La luz debajo dellos abscondida,
En su real mil fuegos resplandecen
Con muestra de guisarse la comida;
Mas fueron todos estos que parecen
Por disimulación de la partida,
Pues dejándolos vivos y atizados
Caminaron por donde son guiados.
Sin vellos la rabiosa muchedumbre,
La noche caminaron sin recuestas,
Y cuando pareció la nueva lumbre
Atrás dejaban ya pasos y cuestas,
Donde podían dalles pesadumbre
Las galgas ponderosas y molestas:
Vieron los nuestros pues en este punto
A la ciudad de Riobamba junto.
Los indios agraviados y vencidos
Que volvían a nueva competencia,
Como reconocieron ser partidos,
Creyendo de temor hacer absencia,
Siguen el rastro de furor movidos
Con toda la posible diligencia:
A los de retaguardia dan alcance,
Donde se vieron en dudoso trance.
Piden a Benalcázar mas varones
Para mejor librarse de la plaga,
El cual les respondió: “Buenas razones:
Van treinta caballeros en rezaga
Con treinta validísimos peones,
¿Y pedís que de gente se rehaga?
Si la que va juzgais no ser bastante,
Mirad la que tenemos por delante.
“Acá y allá conviene buen concierto
Y que nadie camine descuidado,
Antes todos con ánimo despierto
Y no con corazon acobardado,
Pues yo no veo palmo descubierto
Que no tengan estotros ocupado:
Aprestad manos, porque no podemos
Hacer hoyo donde nos enterremos.”
Esto responde, pero todavía
Envió cierto capitán Mosquera
Con cuatro de caballo, que sabía
Darse principal maña donde quiera;
Cuando llegaron vieron que venía
Toda la retraguardia muy entera,
Sin que los indios punto los dicorden
De lo que deben a militar orden.
Yendo cansados con algun desmayo
De ver inumerables naturales,
Un bárbaro daquellos, dicho Mayo,
Falto de los pendientes genitales,
De paz se les llegó, siéndoles ayo
Para les descubrir ocultos males,
Manifestándoles partes no vacas
De hoyos y acutísimas estacas.
El Hacedor omnipotente quiso
Por boca deste bárbaro prudente
A nuestros españoles dar aviso
A punto y a sazón tan conviniente,
Pues daban en los hoyos de improviso,
Adonde pereciera mucha gente,
Y la parte mayor de los rocines
Allí tuvieran desastrados fines.
Este por Hruminavi fué privado
De los lascivos gustos y placeres,
Y con otros eunucos diputado
Para le ser custodia de mujeres;
Y siempre, como cuerpo lastimado,
Tuvo vindicativos pareceres,
Y esperando hallar vez oportuna,
Tomó la que le trajo la fortuna.
Y ansí le descubrió los hoyos hechos,
Y todo lo que Hruminavi piensa
En los puertos y pasos mas estrechos
Hacer para fortísima defensa;
Bajan los españoles satisfechos
De subyectar la cuantidad inmensa
Que cerca de Riobamba los espera
Con varias armas y aparencia fiera.
Pero como bajaron a lo llano,
Por ir toda la gente fatigada,
El atrevido campo castellano
Allí determinó hacer parada,
Las sillas puestas, armas en la mano,
Con vela que por cada camarada
Se repartió con orden curioso
Hasta pasar el tiempo tenebroso.
Y cuando va venían descubriendo
Los febeos caballos por oriente,
De sus doradas bocas esparciendo
Anhélito de luz resplandeciente,
Benalcázar andaba previniendo
A Ruy Díaz de Rojas, su teniente,
Que fuese por el llano circunstante
Con treinta caballeros adelante.
Con esta gente bien apercebida,
A la ciudad de Riobamba llega;
Pusiéronse los indios en huida,
Sin que fuese durable la refriega;
Y por hallar gran copia de comida
El resto de la gente se congrega,
Y allí holgaron estas compañías
Por espacio de diez y siete días.
Hallaron algún oro los soldados,
Que fue poco según el apetito,
Porque como golosos y picados
A caudal aspiraban infinito,
Estando pues caballos reformados,
Determinaron de llegar a Quito,
Y hubo por el camino pocos ratos
Que no tuviesen gritos y rebatos.
Usando con solícito cuidado
Hruminavi de ardides diferentes,
Y por un orden muy disimulado
Mil hoyos en los pasos mas urgentes;
Pero por aquel bárbaro capado
Quedaban descubiertos y patentes,
Y ansí sin sucedelles caso feo
Llegaron do los lleva su deseo.
Entraron pues en la ciudad potente
De Quito, donde estaba recogida
Inumerable número de gente,
De varias armas bien apercebida;
Mas viéndolos entrar incontinente,
Fué por diversas partes esparcida,
Dejándola con sus pertrechos varios
A la dispusición de los contrarios.
Y ansí hallaron muchos ornamentos
Preciados entre bárbaras naciones,
Y demás desto grandes aposentos
Llenos de grano y otras provisiones,
Otros con belicosos instrumentos,
Lanzas, macanas, dardos, morriones,
Y para guerra todo buen recado;
Mas oro poco, por estar alzado.
Recogieron aquello que se halla,
Trastornando las casas y rincones,
Los indios, rehusando dar batalla,
Acudían de noche con tizones
Por partes mas ocultas a quemalla;
Y aunque no salen con sus intenciones,
La llama todavía hizo mella
En algunas pajizas casas della.
No procedieron, por la resistencia
Que hallan en contrarias voluntades,
Encaminadas a la permanencia
De firmes y católicas verdades,
Destruyendo con suma diligencia
La falsa religión destas ciudades;
Y ansí procuran en aquel asiento
Plantar luego cabildo y regimiento.
En este tiempo Pedro de Alvarado
También de Guatimala se destierra,
Y vino con ejército formado
Metiéndose con él por esta tierra,
Diego de Almagro fué determinado
A se la defender por paz o guerra;
El cual con treinta de caballo vino
Tras Benalcázar con aquel desino.
Hallólos en la parte referida,
Porque siempre vinieron por su huella:
Regocijáronse con la venida,
Sin certidumbre de la causa della,
Mas cada cual después de conocida
Tomó por propria suya la querella,
Y tanteando de defensa modos,
A Riobamba se volvieron todos.
Allí por el Almagro fue mandado
Estar apercebidos y en espera,
Siendo de naturales informado,
Presos en el compás desta frontera,
Quel sobredicho Pedro de Alvarado
Venía por aquella derrotera
Y que, segun el rostro trae puesto,
En Riobamba lo verían presto.
Diego de Almagro con sospecha mala
De que los otros son superiores,
Para ver si su gente les iguala
En número y vigor, o son menores,
Enviaron a Cristóbal de Ayala,
Con otros seis caballos corredores,
Que los tanteen bien, puestos a viso,
Y abrevien el venir a dar aviso.
Aquestos siete caballeros fueron
Acia la parte do sospecha tienen,
Mas en el caminar no procedieron
Con tal orden que no se desordenen,
Y ansí por mal concierto que tuvieron
A todos los prendieron los que vienen,
Y como prisioneros a recado
Los llevaron al Pedro de Alvarado.
Holgóse de los ver en su presencia,
Por informarse de lo que quería,
Hasta la más menuda menudencia
Que para tal sazón le convenia,
Y aquesto hecho, dándoles licencia,
A quien los enviaba los envía,
Dando la relación de su viaje,
No sin muestra feroz en el mensaje.
Diciendo que, mediante provisiones
Emanadas del rey y su consejo,
A conquistar venía las naciones
Destos confines desde Puerto-Viejo,
Con grandes gastos en las prevenciones,
En buscar buena gente y aparejo;
Y ansí defendería con la espada
La tierra que en gobierno le fué dada.
Dióle Diego de Almagro por respuesta,
Que cumple que la tenga prevenida,
Porque la suya para lo que resta
No vive descuidada ni dormida,
Cada parcialidad en fin va puesta
A riesgo manifiesto de la vida,
Ordenando sus haces al momento
Para venir al duro rompimiento.
Queriendo comenzarse los rigores,
Caldera, licenciado de Sevilla,
Se puso dando voces y clamores
En medio desta y daquella cuadrilla:
“¡Paz y amistad, paz y amistad, señores,
Nunca permita Dios esta rencilla!”
Acuden a lo mismo religiosos
Destas conformidades deseosos.
Todos prestan atentos los oidos,
Por pedillo personas de respeto,
Los unos y los otros comedidos,
Y cada cual con pecho mas quieto:
Remedios dan a los que van perdidos,
Y fueron que con término discreto
Tracten las dos cabezas españolas
De medios convinientes a sus solas.
Juntáronse los dos adelantados
A la traza por buenos deseada:
Quedaron aquel día concertados,
Después de conferida y altercada,
Pues el Almagro dió cien mil ducados
Al Alvarado por aquel armada,
Para que con aquellos se volviese
Luego sin pretender mas interese.
Volvióse, los dineros recebidos,
Solo con sus criados y sirvientes,
Y dejó cuatrocientos escogidos
Hidalgos generosos y valientes
A estos llamaban los vendidos,
Mas eran tales y tan escelentes
Que los mas dellos en la paz o guerra
Fueron los principales de la tierra.
Fué con Almagro pues el Alvarado
A San Miguel antes de su partida,
Porque Pizarro vea su recado
Y cumpla la moneda prometida,
Quedó con Benalcázar de su grado
Mucha gente de la recién venida,
Bastantes en esfuerzo y en prudencia
Para desbaratar cualquier potencia.
Destos fué Juan de Ampudia, Juan
/Cabrera,
Juan del Río con Baltasar su hermano,
El capitán Tovar, Muñoz Mosquera,
Luis Mideros, Florencio Serrano,
Vivos aquestos dos en esta era,
El capitán Añasco, sevillano,
Con otro primo suyo, cabal hombre,
Pedros entrambos y del mismo nombre.
Y Pedro de Guzmán, Luis de Lizana
Avendaño, Juan Muñoz de Collantes,
Martiniañez Tafur, de quien no vana
Fama publica ser hombres bastantes,
Según en Paria y en Maracapana
Del Avendaño y él tractamos antes,
Sanabria de quien ya hice memoria
En diferentes partes de mi historia.
Porque de las conquistas atrasadas
Tuvimos especial conocimiento,
Y hoy vemos hijas suyas agraciadas
Que son de Tunja lustre y ornamento,
A conyugales nudos obligadas
Con personas de gran merecimiento,
De cuya virtud y ánimo constante,
Mediante Dios, diremos adelante.
La mayor dellas, doña Catalina,
Subyecto de bondad enriquecido,
Que de purpúrea flor y clavellina
Posee lo mejor y mas subido,
Tiene como de tanto premio dina
Al buen Martín de Rojas por marido,
Con prendas que les son correspondientes
En virtudes y gracias eminentes.
Es en edad menor doña Luisa,
De gracias y primor verjel ameno,
Pues de lo quel humano ser divisa
Tiene sobre lo bueno lo mas bueno:
Cordura que las mas cuerdas avisa,
Y a don Diego de Vargas en su seno,
Que en jornadas desde sus tiernos años
Ha padecido pérdidas y daños.
Teniendo Benalcázar pues trescientos
Hombres en Riobamba bien armados,
Hizo de capitanes nombramientos
Valerosos y bien acreditados,
Y a Quito, donde llevan los intentos,
Revuelven muy mejor aderezados,
Yendo con ellos, desde Riobamba,
Un cacique de paz llamado Chamba.
Que debajo de buenas amistades
Hizo que se quedasen en su villa
Los impedidos con enfermedades,
Nuevamente venidos de Castilla;
Y él recogió de indios cuantidades
Con intencion, al parecer sencilla
De les favorecer y ser propicio
En el hervor del militar oficio.
Y ansí con Benalcázar caminaban
Para les ayudar a su contiendas,
Y en cualquier parte que se rancheaban
Los nuestros, ellos asentaban tiendas;
Y allí los españoles que velaban
De noche los visitan a sabiendas,
Con sospecha de que harán mudanza,
Por ser gente de poca confianza.
Y en un rancheadero del camino,
La ronda principal de las espías
Puestas, cerca del tiempo matutino,
So color de le dar los buenos días
Hasta las tiendas del cacique vino,
Las cuales halló puestas y vacías;
Y las personas que hacían vela
Tocan al arma vista la cautela.
Los rastros buscan hombres diligentes;
Oue como van con intención malina
Volvían por caminos diferentes;
Mas Juan de Ampudia que bien adevina
Huirse por matar a los dolientes,
Tras ellos con aquel temor camina
Con treinta sueltos y ocho con caballos
Que gran priesa se dan por alcanzallos.
Pasan dos ríos que los detuvieron,
Y no sin riesgo toman la ribera
Contraria; mas después tanto corrieron,
Con ser catorce leguas de carrera,
Que al Chamba con trescientos indios
/vieron
Cómo bajaba por una ladera
Para cortar el hilo de las vidas
A su fe fraudulenta cometidas.
Para romper los duros escuadrones
Los ocho de caballo ponen frentes;
Llegaron a la villa los peones
Do vieron de rodillas los pacientes,
Porque sabían ya las intenciones
Que traían los indios delincuentes,
Por una india de la Nueva-España
Que supo la traición y la maraña.
Gracias inmensas dan al alto cielo
Por socorrellos en tan gran presura;
El repentino gozo y el consuelo
Desterró la pesada calentura;
Huyen del infiel y cruel suelo,
Vista la venturosa coyuntura,
Y el de dispusición débil y flaca
De sus debilidades fuerza saca.
Los de caballo lanzas ensangrientan
En los culpados de furor nocivo:
Todos los desbaratan y ahuyentan,
Escepto Chamba que quedó captivo
El cual por culpas que se representan
Poco después murió quemado vivo,
Y esto tracta el obispo de Chiapa,
Pero de demasía no se escapa.
Diciendo que se hizo larga riza
Cuando Chamba con fuego fué punido,
Por relación de fray Marcos de Niza
Informado de cosa que no vido,
Y ansí de la verdad quebró la triza,
Porque con Alvarado era ya ido;
Pero su compañero fray Iodoco
Toca con gran verdad lo que yo toco.
Y aun viven hoy algunos caballeros
Cuyos dichos tenemos a la mano,
Que destos es el capitán Mideros
Y el capitán Florencio Serrano,
Varones graves y de los primeros
Que hicieron aquel imperio llano;
Los cuales no deponen por oidas
Sino de cosas vistas y sabidas
Llevó pues Juan de Ampudia los dolientes
Adonde Benalcázar los espera;
A punto se pusieron combatientes
Después de recogidos a bandera,
Y para dar asientos permanentes
A Quito dirigieron su carrera,
Y comenzaron a fundar aprisco
El día del seráfico Francisco.
Año de treinta y cuatro con los cientos
Quince, que cuenta religión cristiana,
Donde se pregonaron mandamientos
Del rey de monarquía soberana,
Tomando posesión de los asientos
Ganados por la gente castellana,
Dando de San Francisco nombradía
A causa de llegar el mismo día.
Hízose de justicia y regimiento
Elección de personas singulares,
Y luego general repartimiento
De campos, huertas, casas y solares;
Demás desto mortal preparamento
Contra las altas rocas y lugares,
Cuyos altores Hruminavi piensa
Ser adaptados para su defensa.
Doscientos hombres salen escogidos
Adomeñar la gente rebelada;
Quedaron ciento bien apercebidos,
Guardando la ciudad recién fundada;
Mas porque para trances tan reñidos
No se requiere pluma mal cortada,
Lo que resta, cortándola primero,
Diremos en el canto venidero.
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